Por: Carlos Tobar
La vida me dio la fortuna de estudiar en el Colegio Nacional Santa Librada, cuando su nombre se escribía con mayúsculas. En ese tiempo, década de los 70 del siglo pasado, no había en Neiva instituciones de educación superior. El SANTA LIBRADA, fungía, en cierta medida, como tal. Preparaba a las nuevas generaciones para ingresar en las universidades públicas y privadas de las grandes capitales, lugares donde se ubicaban los más importantes centros del saber.
Los colegios nacionales, eran el eje de una política educativa que tuvo origen en los albores de la construcción de la república. Fue, precisamente, el presidente Francisco de Paula Santander, quién los promovió, fomentó y extendió por todos los rincones de la nación en construcción.
La consolidación de esta red educativa moderna, se dio en la primera mitad del siglo XX, con la República Liberal primero y, luego con los inicios del Frente Nacional. Su característica principal fue la alta calidad educativa, apoyada en “maestros” de gran capacidad y compromiso y, una financiación adecuada (no obstante, la pobreza del país).
Quienes ingresamos a sus aulas fuimos unos privilegiados. Nos capacitaron, nos educaron, nos abrieron el acceso a lo más avanzado del conocimiento de la época. No solamente, inculcándonos la disciplina y el trabajo duro como forma de aprendizaje, sino haciéndonos comprender que el único placer verdaderamente insaciable es el conocimiento. Nos convirtieron en estudiantes de toda la vida. Y, no hemos parado.
Pertenecí a la promoción de bachilleres libradunos de 1967. Una de las más destacadas de la historia. Inquietos, rebeldes, indagadores, nos gozamos, literalmente los años que pasamos a la sombra de las imponentes instalaciones y sus amplas zonas verdes.
A ella pertenecen nombres destacados como, Francisco Pareja, el mejor bachiller nacional de ese año, Ascencio Gutiérrez, Ricardo Mosquera, Marino Cabrera, Emilio Bermeo, Rommel Ibagos, Floresmiro Zuleta, Armando Losada, Jesús María Peña, Jesús Perdomo, Eduardo Trujillo y tantos otros que me haría interminable nombrar. Nos graduamos en ese año algo más de 70.
Uno de ellos, de igual valía, es Yesid Arbeláez. Nuestro puntero izquierdo de una selección juvenil de futbol que hizo historia. Le decíamos cariñosamente y con algo de picardía: El Diablo, por su cierto parecido con el personaje de una cajetilla de fósforos de la época. Yesid, es uno de los mejores de esa promoción. Yo, como creo que todos, le guardamos un afecto especial. Su don de gentes, su clara inteligencia, su solidaridad siempre a flor de piel.
Hoy, Yesid, atraviesa por una situación delicada de salud. Se enfrenta a una de las más crueles enfermedades, pero, como era de esperar la afronta con valor y con la decisión de vencer. Su amor por la vida y su bella familia, más la fuerza que le imprimimos sus amigos, estamos seguros lo sacarán adelante en este impasse.
Yesid, escribo estas palabras a nombre de todos, de esa panda de compañeros de toda la vida. Sin esa relación que nos hermana, no podría enviarte este mensaje de aliento. Desde que nos conocimos fue un compromiso. Te esperamos en la tienda de la esquina para tomarnos la próxima cerveza.
Neiva, 09 de octubre de 2023