Por: GERARDO ALDANA GARCÍA
Permítame el lector empezar mi columna de hoy, compartiendo el poema LÁGRIMAS EN TIERRA SANTA, que he escrito con pena y dolor. En la última lágrima nadaba la imagen de un misil artero/Agrietaba el cielo oscuro, donde la esperanza flotaba moribunda. Una lágrima huérfana en la mirada vencida/descendía atropellada sobre la tersa mejilla/mientras reflejaba el sol en rastros de metralla. Solo quería de los grandes, este día, su único día. No sabía de verse inocente, simplemente lo era. Alá, el dios que le han dado/al que esta mañana elevó sus cantos aprendidos/ se mostró indiferente/Ha preferido el ceño fruncido de una ira macabra. No quería perecer junto a su última lágrima/más su alma infante vestida de escasos diez años/con su terror a cuestas/ se sumergió en el llanto rojizo/bañando los muros de la tierra santa.
Dos pueblos, Israel y Palestina; hijos del mismo dios, al que unos llaman Yavé, Adonaí, Elohim, Hashem o Tetragammatón, y el otro Alá. Se trata de un dios emergido del más antiguo judaísmo, del que también nace el cristianismo que impulsara con gran vigor, desde su aparición Jesús de Nazaret. Resulta de enorme asombro asistir a lo que es una evidente transgresión de los principios rectores de las corrientes religiosas del Judaísmo y el Islamismo, cuando uno y otro credo tienen como fundamento el amor a dios en primer lugar, y al prójimo, en segundo término. De acuerdo con expertos estudiosos de la Torá, libro sagrado del pueblo judío, dentro de los tres grandes principios del judaísmo – Hashem, Torá e Israel- amar al prójimo de Israel es el más importante, configurando un escenario expedito para el fiel que cumple con las leyes de Moisés.
Y si se mira el predicado del Corán sobre el amor al prójimo, según la Revista “Reconciliando Mundos”, Al-lah, ( Alá) de una manera muy bella, guía a sus fieles para cumplir sus deberes hacia sus vecinos y concederles sus debidos derechos, es decir, los derechos de todos. Por eso, dice, en el sagrado Corán se cita: “Y adorad a Al-lah y no asociéis nada a Él y mostrad bondad a los padres, a los parientes, a los huérfanos y necesitados, al vecino afín a vosotros y al extraño, al compañero que está a vuestro lado, al viajero y a los que poseéis con vuestras diestras. En verdad Al-lah no ama a los orgullosos ni a los jactanciosos”. (Cap.4:37).
Es claro que los propósitos de las dos religiones son totalmente concomitantes hacia la necesidad espiritual de amar al prójimo, lo cual debe entenderse, pasa por tolerarlo y respetarlo en sus individualidades. Por ello resulta del todo absurdo que el mundo asista al terrible realismo puesto en escena para que dos pueblos que deben amarse se confronten para matarse, y lo peor, que lo hagan en la circunscripción de una territorio llamado por unos y otros como, Tierra Santa. Y nacen como subterfugio para justificar los excesos de unos y otros para cegar la vida de hombres, mujeres y niños, argumentos como, estos son los infieles, debemos aplicar una ira santa, estos son los invasores, etc. Entonces, el fuego y la metralla resultan validados para ser usados en procura de borrar de la faz de la tierra todo vestigio de su congénere en la especie. Sorprende ver las imágenes de la guerra que actualmente libran las naciones de Israel y Palestina, llenando a medio oriente de un cielo oscuro y candente que se mira en una tierra santa cubierta por la sangre los hijos de Adonaí y Alá, seguidores de Moisés y Mahoma, profetas que, es fácil advertir, quisieron legar para sus seguidores, la inspiración del amor a su dios y a los hombres.
La rabia entre judíos y palestinos llega hasta más allá de la muerte; sorprende ver cómo unos escupen los cadáveres de sus adversarios. Allí no hay topes para la barbarie, todo parece estar validado bajo la torcida interpretación religiosa y la avaricia sobre territorios, no importa si se trata de explotar un campo lleno de jóvenes que celebran una fiesta con música electrónica o degollar niños. El ser humano integra hoy una civilización asesina, caduca, corrupta y corrompida, labrando para el futuro de la humanidad un horizonte de incertidumbre y destrucción.
Por ello no luce bien que haya ciudadanos del mundo y mucho menos lideres de naciones que, en lugar de proponer diálogos de conciliación, incentiven el odio entre las dos naciones en conflicto, bajo argumentos de que, unos son buenos y otros malos. Pronunciamientos como estos son la tinta para el sello de la fatalidad que se impronta sobre el destino aciago de inocentes.