Por: P. Toño Parra Segura
La columna de Toño
Aunque el término de esta fiesta sea nuevo, no por eso pensemos que el significado de la misma haya sido improvisado por el Señor.
Toda su vida, desde su nacimiento hasta su muerte fue la práctica de esa palabra que nos enseñó el Señor tantas cosas para nuestra vida.
Vale la pena que recordemos su composición: “miser” miseria, y “cor” corazón; como la mejor expresión del gran amor que Dios nos tiene a todos a través de su Hijo Divino.
Eterno como es, siempre nos tuvo presentes a pesar de todas nuestras miserias y pecados. Esto para nosotros debe ser un motivo permanente de amor y de esperanza en toda nuestra vida. Jesús nos ama como si fuéramos sus hijos únicos y nos trajo la paz, no de cualquier manera, sino como enviado de su Padre, con el Espíritu Santo como testigo.
Nosotros somos privilegiados por el Señor, como pecadores no solo necesitábamos de su perdón, sino en especial de su presencia amorosa en toda nuestra vida. No estamos en las mismas condiciones de Tomás, el incrédulo, porque nos lo han contado, sino que tenemos esa gracia celestial de poder recibirlo con su cuerpo y con su sangre en toda Eucaristía.
Esto debiera cambiar toda nuestra vida: recibir a Jesús con su cuerpo, sangre, alma y divinidad debiera ser el mejor motivo de toda nuestra existencia. No tuvieron sus discípulos este privilegio tan grande de ser portadores del Señor de la Gloria, mientras no cometamos el pecado. No escuchamos las palabras que le dirigió a Tomás para que creyera, porque nosotros afortunadamente hemos sido educados y crecido a través de esa comida celestial desde la infancia.
Qué amor de nuestros padres para prepararnos a la primera comunión, era la fiesta privilegiada de la familia. Lástima que con el tiempo se nos haya convertido en una “costumbre” que no siempre nos hace tabernáculos del Dios vivo y verdadero. Sacar del copón al Señor y colocarlo en nuestros labios es un privilegio que ojalá algún día sepamos apreciarlo y permitir que cambie toda nuestra vida. Somos más privilegiados que los apóstoles que acompañaron a Jesús en persona, pero que no pudieron recibirlo como un verdadero alimento permanente. Somos más afortunados que Tomás y el Señor nos repite la frase: “Dichosos los que crean, recibiéndome a Mí como su alimento de vida eterna”. –Creyendo como dice el Señor, tendremos la vida eterna para la cual nacimos, y alimentados con Él, seamos sus portadores de gracia y de verdad. Gracias Señor por tu Divina Misericordia.