Por: José Eliseo Baicué Peña
Ha comenzado la temporada decembrina, sinónimo de alegría, descanso, solidaridad y afecto.
Claro, es una época que todos queremos vivir en familia, en armonía, en absoluta confianza. Un periodo en el que pareciera que todos se conocieran con todos. Se ofrecen tragos, se respira navidad y año nuevo por todos lados.
También, pareciera que, quizás, con el olor de los buñuelos y el sabor de la natilla, se nos olvidara que existen muchas otras personas a las que la navidad les pasa sin nada de estas cosas. Millones de niños y adultos mayores no tienen la oportunidad de disfrutar estas delicias ni de participar en el jolgorio que se respira en el ambiente y que exteriorizan los medios de comunicación y la cultura desbordante que mezcla la música, las expresiones y los diversos tipos de celebraciones.
Por eso, resulta valioso que, por lo menos, por estos días, dedicáramos tiempo y recursos a dar algo de nosotros a aquellas personas necesitadas. Hay que enseñarles a nuestros hijos y allegados a dar, también es un acto de humildad, de solidaridad. Pues, por lo general, les enseñamos a que, en esta época, solamente reciben regalos, detalles y muchas otras cosas.
Quizás, por eso, se formó la llamada generación del merecimiento. Menores que sólo saben recibir, que sólo quieren tener, que sólo quieren alimentar su egocentrismo, su posición de recibidores, de acumuladores de regalos, de acumuladores de juguetes, de acumuladores de atención. Ellos son los embriones de otra generación: la de hombres egoístas, impositivos, excluyentes y antisociales.
En este año hagamos arreglos para que podamos dar a quienes no tienen nada. Y, promovamos esta acción en hijos y familiares. Ellos observarán y aprenderán. Eso también contribuye a la paz y la felicidad.
En este diciembre enseñemos a dar. Hay más virtud en dar que en recibir, dice la biblia.