Por: Hugo Fernando Cabrera Ochoa
Acabo de leer un interesante libro del prolífico escritor colombiano William Ospina, titulado, “Es tarde para el hombre”, quien en seis ensayos hace unas profundas reflexiones acerca del proceso en el que como seres humanos estamos inmersos, y en los que falsamente creemos estar en una permanente evolución.
Abriendo la introducción, el autor cita a Paul Valéry, quien escribió que los dos peligros que amenazan al mundo son el orden y el desorden. Quiere significar que el ser humano sólo encontrará el camino de su propia supervivencia si depone a su particular arrogancia y se rinde ante los poderes que verdaderamente rigen la vida y sostienen al mundo.
Los seres racionales que poblamos el planeta tierra caminamos permanentemente por una delgada línea que divide al bien del mal, como popularmente lo expresa el adagio, nos desplazamos por el filo de la navaja. Creemos que estamos avanzando, pero en realidad retrocedemos, y no aseguramos nuestra supervivencia, sino que nos esmeramos por ir directo a la extinción.
Poco a poco hemos venido pasando de Mozart a Bad Bunny, de Beethoven a Peso Pluma, de Schubert a Jiggy Drama, y no sé si eso sea evolucionar o retroceder. Los grandes pintores y escultores han venido desapareciendo y ahora los muros de las calles, los paraderos y los puentes, son los lienzos de lo que ahora se llama cultura urbana, espacios de libre expresión dicen los nuevos Picasso con aerosol en mano.
A lo que llamamos progreso, en realidad se ha convertido en una trampa peligrosa para el hombre. La ciencia que debería utilizarse para mejorar la vida en la tierra, se esgrime para desarrollar armas biológicas, para aumentar la potencia de las bombas nucleares, para encontrar la manera más eficiente de eliminar la vida en la tierra. Cito esta frase de Voltaire que propone Ospina en su libro, “Dejaremos al mundo tan malvado y estúpido como lo encontramos al llegar”.
Hemos perdido la paz por buscar una belleza que no encontramos, porque los estándares impuestos por los sabios del mercadeo, hace que los gordos quieran ser flacos y los flacos sueñen siendo gordos. Los blancos se internen por horas en cámaras de bronceo y los de piel oscura busquen la manera de despigmentar su cutis. Somos anuncios publicitarios andantes y creemos ser más si el atuendo que portamos es de una marca costosa o de otra, aunque estemos totalmente empobrecidos por dentro.
Arrasamos con bosques para construir ciudades, destruimos cuencas hidrográficas para extraer oro, o inyectamos el agua de los ríos y quebradas a los pozos de petróleo para que éste suba y pueda ser extraído, aunque esta acción genere más desertificación; como lo dijera Nietzsche: “El desierto está creciendo, ¡Desventurado el que alberga desiertos!”
Ahora valemos por la capacidad de producir, es decir que un intelectual humilde vale menos que un burro con plata, y como lo dijera Ospina, la modernidad de ahora unifica y confunde los sexos, las edades, las culturas, en una sola amalgama indiferenciada, carente de matices y de sentidos.
Ha llegado la hora de desempolvar la conciencia y guardar la doble moral, llegó el momento de sacar a relucir la ética y desechar el todo vale, porque el mundo como va, no está evolucionando en favor de los seres humanos sino en contra de todos los que habitamos este planeta.