Por: Ernesto Cardoso
Existe un mensaje bíblico según el cual “…. Siembra vientos y cosecharás tempestades…”, frase en la que podemos pensar ahora que se conoció el texto final del proyecto de reforma tributaria del gobierno Duque.
No puede ser más dramática la cruda realidad en la que se sumerge ahora la gestión del presidente. El entorno está cargado de nubarrones que anuncian tempestades.
La dolorosa persistencia de los efectos de la pandemia en la salud de los colombianos, pese a los ingentes esfuerzos para avanzar en el cubrimiento de la vacunación, así como sus inevitables consecuencias económicas y sociales que destruyen empresas, empleos y sueños; configuran un panorama en donde el pesimismo, la confusión y la incertidumbre, acentúan la inestabilidad emocional que conduce a la desesperanza.
Siempre se ha dicho que en una democracia la mayor sensibilidad del ciudadano se localiza en su ineludible deber de sostenerla con el pago de los impuestos, en el claro entendido que con ellos se financian los servicios esenciales a cargo del Estado. Sencillamente no existe Estado sin el recaudo de los tributos, aún en los regímenes totalitarios, en los que se impone la voluntad del tirano que solo se preocupa por malgastarlos en su provecho personal y de la camarilla que lo acompaña.
La discusión política acerca de la pertinencia u oportunidad de la reforma, en el inicio del debate electoral del año próximo, constituye sin duda alguna un elemento muy perturbador; agravado por la insensata polarización ideológica estimulada por los extremismos de uno y otro lado. Lo paradójico es que el propio presidente, en este preciso contexto, ha declarado su militancia en “el extremo centro “, en un fallido esfuerzo por eludir su responsabilidad política, pues es evidente que hoy en Colombia la polarización es tan aguda que ese extremo centro es una utopía.
Nadie puede desconocer que las finanzas del Estado venían seriamente comprometidas desde el inicio del gobierno Duque, por compromisos adquiridos en el gobierno Santos para la firma y consolidación del Acuerdo de Paz. No obstante, la ingenuidad y buena fe del presidente al no haber hecho un necesario corte de cuentas y al no haber adoptado oportunamente decisiones de reducción del gasto; lo han colocado ahora frente a la tormenta perfecta en donde su capacidad de maniobra es casi nula, obligándolo a acudir a esta reforma tributaria con la cual pretende capotear la tormenta, asumiendo un elevado costo político personal y de su partido que lo llevó al poder.
Las devastadoras consecuencias de la pandemia han acrecentado la tormenta, la que probablemente arreciará en los próximos meses debido a que apenas ahora se están empezando a sentir sus efectos, hecho que es indiscutible.
Por ello, es inaceptable que, en un contexto económico y social tan delicado, se opte por incrementar la tributación ampliándola a los sectores más desprotegidos de la sociedad, así sea con el fin de retornársela por la vía de los subsidios. Los sectores más pudientes son los que deben contribuir a saldar el hueco fiscal, acorralando a los evasores y a quienes disfrutan de generosas exenciones de impuestos. Como dice el refrán popular “el palo no está para cucharas”.
El balón queda en las manos de los congresistas quienes sentirán amenazada su reelección si optan por aprobarla, al tiempo que, si no la aprueban o recortan su alcance, prolongará la agonía a la espera de un populista redentor de cualquiera de los dos extremos.