DESHOJANDO MARGARITAS
POR MARGARITA SUÁREZ
Semana Santa me trae recuerdos de nuestra feliz niñez en Garzón, vivida plenamente en un pueblo cargado de religiosidad. Tengo en la memoria las procesiones por las calles, encabezadas por autoridades religiosas, en las que usábamos blonda redonda o un manto en encaje para cubrirnos la cabeza y caminábamos con velas encendidas. Inolvidables los eternos sermones de las siete palabras desde el atrio de la catedral, que escuchábamos en el parque principal Simón Bolívar. Visitábamos la iglesia de San Miguel, la del Rosario y la de Nazareth. Había una imperdible y especial para nuestra familia, que era la capilla del convento de las hermanas Clarisas, cerca del Seminario Mayor. Asistíamos a una seguidilla de oficios religiosos desde el domingo de Ramos hasta el Domingo de Resurrección. Recuerdo las visitas a los Monumentos, el lavatorio de pies, la misa de gallo y los viacrucis. El viernes no se podía comer carne, hoy el Papa Francisco dice que sí se puede. Días antes, mi padre que adoraba a las monjitas Clarisas, llevaba al Monasterio cajas de flores para decorar el altar de la capilla. Durante el año muchas familias, entre ellas la nuestra, les donaban bultos de maíz para alimentar las gallinas, comida para los perros que cuidan el convento, también harina y granos como frijol, arroz y lenteja. En los años sesenta había cerca de 80 monjas en el claustro, ahora me dicen que son 60. Cada día son más escasas las vocaciones. Nadie ve sus rostros, las donaciones externas se entregan a través de un torno. Las tradiciones se conservan, todavía no salen del convento después que fallecen pues allí mismo las entierran. Las jóvenes al ingresar se convierten en novicias aspirantes, en etapa de discernimiento. Una vez deciden seguir allí de por vida, renunciando al mundo, hacen sus votos solemnes y se convierten en religiosas que se diferencian de las demás porque usan anillo de plata con un crucifijo. Significa que su esposo es Jesucristo. Solo dos pueden salir a la calle a pedir mercado para la comunidad y hacer diligencias. Usan hábito café, manto negro y sandalias marrón, similares a los que vistió, en el Siglo XIII, Santa Clara de Asís, fundadora de la orden de las Clarisas. El convento aún hoy es todo un misterio.