Por: Gerardo Aldana García
“Ya ni siquiera en mi mente hay espacios de luz. Las sombras de barrotes y un minúsculo patio, verano tras verano, borran silenciosas el halo de mi sueño de libertad”. Dura es la vida del presidiario. Sin importar los terribles móviles, justos o no, que le hayan llevado a una cárcel, el residente de un país llamado Prisión, debe vivir constreñido en sus fundamentales derechos; es el castigo que la sociedad le impone. En todo caso, en cada interno, como en todo ser humano, aún en los delincuentes de crímenes inconfesables que deambulan en calles, iglesias, tribunales o pasillos de un congreso, habita en su interior la incontrastable e inembargable chispa cósmica del creador, lo que lo hace habitante de este planeta, ciudadano de alegrías y sufridor de sus dramas. En principio, se debe entender que las mínimas condiciones de un preso, cuál es el caso de alimentación, debería respetársele, pues se sabe que el connacional allí conminado, está por cuenta del Estado.
Llama profundamente la atención deficiente brindada al personal de privados de la libertad que la cárcel ubicada en el municipio de Rivera, cuya capacidad instalada en siete pabellones de hombres y uno para mujeres estaría dispuesta para alrededor de 900 internos y que supera actualmente los 1.500. De acuerdo con registros de medios de comunicación de la región, hace más de un mes que el penal vive una severa crisis en el suministro de los alimentos para sus residentes. Según reportes noticiosos, así como de internos y sus familiares, la minuta diaria no se cumple ni en los horarios y mucho menos en la calidad de esta. De acuerdo con fuentes de información del propio penal, el almuerzo suele llegar hacia las 3:00 p.m. mientras que la cena puede recibirse incluso a las 11:00 p.m. o más tarde; pero lo más grave es que, en recurrente rutina, la escasa proteína que, si acaso llega a 80 o 100 gramos, llega en estado de descomposición, lo que viene generando serios traumatismos en la salud de algunos penados, quienes además deben vivir la imposibilidad de ser atendidos médicamente por cuanto, según ellos mismos, la diarrea ocasionada por la descompuesta ingesta, no es de alta prioridad para ser tratada por un galeno oficial.
Se tienen reportes de que la crisis descrita deriva de obras de remodelación del rancho, como le llaman los internos; es decir la cocina del centro penitenciario que, acatando medidas de salubridad impuestas por la Secretaría de Salud Departamental del Huila, deben implementarse, lo que ha llevado a preparar y traer los alimentos desde el exterior mediante un mecanismo que claramente ha demostrado es paquidérmico, ineficiente y atentatorio de la salud de los internos. ¿Responsabilidad de quién?, en principio del consorcio contratado por la Unidad De Servicios Penitenciarios y Carcelarios -USPEC para el suministro de los alimentos. Y mientras escribo esto, me pregunto si efectivamente el USPEC y el INPEC, este último al que representa en tal responsabilidad, para disponer de las materias primas como las proteínas, verduras, frutas y cereales, disponibles en la región del Huila y dispuestas por los productores locales de Neiva y Rivera, amén de otros municipios, están comprando efectivamente a nivel local, con lo cual no solo debe dar cumplimiento a la Ley 2046 de 2020 y el Decreto 248 de 2021 que versan sobre las compras públicas locales, sino que al adquirir los insumos a nivel local, pueden prepararlos estando los mismos frescos, de calidad; o si por el contrario, están trayendo raciones incluso de otras regiones de Colombia, lo que amenaza el derecho básico del interno a una alimentación de mínima calidad, al tiempo que contraría los preceptos legales y normativos vigentes mencionados.
Es claro que las entidades públicas deben cumplir con las responsabilidades que el Estado y el Gobierno les impone, cual es el caso de la USPEC, que dentro de sus funciones está la de desarrollar e implementar planes, programas y proyectos en materia logística y administrativa para el adecuado funcionamiento de los servicios penitenciarios y carcelarios que debe brindar la Unidad de Servicios Penitenciarios y Carcelarios – USPEC al Instituto Nacional Penitenciario y Carcelario – INPEC. Una situación como la descrita, que ya es de público conocimiento, debe ser abordada y tratada con responsabilidad por el USPEC, lo mismo que por los órganos de control como la Procuraduría General de la Nación o la Contraloría General de la República, entidades que ejercen control sobre los servidores públicos y la inversión y manejo de los recursos del tesoro; no hacerlo, es incurrir en una clara falta por omisión en sus deberes institucionales.
Cierro la columna con el poema ¿La vida? del poeta español Fernando Macarro Castillo, más conocido por el seudónimo Marcos Ana; sin duda, un escrito cosecha de versos, doloroso y literariamente bello.
Decidme cómo es un árbol. Decidme el canto de un río cuando se cubre de pájaros. Habladme del mar, habladme del olor ancho del campo, de las estrellas, del aire. Recitadme un horizonte sin cerradura y sin llave, como la choza de un pobre. Decidme cómo es el beso de una mujer. Dadme el nombre del Amor, no lo recuerdo. ¿Aún las noches se perfuman de enamorados con tiemblos de pasión bajo la luna? ¿O sólo queda esta fosa, la luz de una cerradura y la canción de mis losas? Veintidós años… Ya olvido la dimensión de las cosas, su color, su aroma… Escribo Poemas de la prisión y la vida a tientas: «el mar», «el campo»… Digo «bosque» y he perdido la geometría de un árbol. Hablo, por hablar, de asuntos que los años me borraron… No puedo seguir, escucho los pasos del funcionario.