Es común ver a lo largo de la historia cómo algunos líderes de reconocida trayectoria y renombre han equivocado el rumbo al tratar de pacificar sus naciones invirtiendo los valores sociales, minando la credibilidad de sus connacionales en el sistema de justicia, poniendo en riego las libertades con tanto esfuerzo adquiridas y anteponiendo sus interés políticos y visiones ideológicas a la seguridad efectiva, que combata a la criminalidad y genere el desarrollo económico que toda nación requiere.
En el gobierno actual esa parece ser la consigna, y la de Gustavo Petro su obsesión y más importante gestión de gobierno. Dialogar bajo la sombrilla de la paz total con cuanto criminal y grupo terrorista haya es la obsesión presidencial, otorgarles estatus político y permitirles poner sobre la mesa la reconfiguración del Estado, la doctrina militar y el modelo económico es el prisma con el que el gobierno Petro ve nuestra realidad nacional y lo cual tiene en jaque la seguridad en los territorios y ha llevado al decrecimiento de casi todos los sectores productivos de la economía nacional. El caso más reciente del enfermizo romanticismo por el terrorismo –que estoy seguro debe ser un trastorno psicológico-y del cual nos enteramos en días pasados por los medios de comunicación, es el de alias Iván Márquez y la mesa de negociación con la estructura criminal denominada la Segunda Marquetalia, la cual se instalará en Venezuela, país que desde hace décadas a servido de retaguardia estratégica para dicha estructura armada y sus máximos cabecillas.
¿Qué hacemos dándole segundas oportunidades a quienes hasta la saciedad nos han demostrado su falta de voluntad de paz? ¿por qué tenemos como país esa herencia maldita de premiar y romantizar a quien delinque, y olvidar a su suerte a quien se esfuerza por salir adelante y construir Patria? ¿hasta cuándo permitiremos como sociedad que sea la impunidad la que rija nuestra democracia y no la justicia, la libertad y la seguridad? Luciano Marín Arango es un desertor que ha hecho parte de todas las mesas de negociación, empezando por allá en 1984 con los intentos de paz del entonces presidente Belisario Betancur pasando por Tlaxcala, el Caguán y por supuesto y más recientemente como jefe negociador en La Habana en donde después de firmar el acuerdo huyó como lo que es, como un roedor en busca de su madriguera en las espesuras de las selvas venezolanas para seguir traficando y atentando contra la fuerza pública y el pueblo colombiano. Sí, a este mismo “señor” es a quien hoy Gustavo Petro vuelve a traer a la escena pública para convertirlo en un perseguido del sistema, en un pobre hombre “entrampado” por la justicia, en un revolucionario que merece ser escuchado y en un faro moral que ilumine las noches aciagas de nuestra sufrida nación.
A este criminal la justicia lo condenó a treinta y cinco años de cárcel por el asesinato de mi padre. ¿hasta cuándo las víctimas tendremos que aguantar tanta ignominia al ver a nuestros victimarios dar lecciones de moral y buenas costumbres? Las víctimas no permitiremos que nos reescriban la historia, eso nunca.