Muy contenta se encontraba la niña Celvina, quien a los 12 años de edad, hizo su primer sombrero, que terminó vendiendo por 20 centavos, ya a los 77 años de edad, le da risa que mezcla con algo de orgullo, decir que con ese dinero se compró una blusa, pantalón y le alcanzó hasta para los zapatos.
El nombre de ‘Suaceño’, se le dio al producto, en honor al río Suaza, cuyas aguas ‘navegan’ por los municipios de Acevedo, Guadalupe y Suaza.
Los saberes ancestrales
En este sentido, Diario del Huila, tuvo la oportunidad de dialogar con Celvina Ramírez, maestra artesana del simbólico sombrero suaceño, quien ya cuenta con 77 años de edad, y dice estar cansada de llevar la tejeduría sobres sus hombros, ya sus manos no le ayudan como en periodos de antaño, por eso pide que los gobiernos le regalen una máquina para continuar con este noble oficio.
El gusto de hacer este producto, lo heredó de su madre, María Antonia López, y de su tía Dioselina, quienes se ‘inmortalizaron’ al transmitir sus saberes a Celvina Ramírez, quien recuerda que no se demoró mucho tiempo aprendiendo este bello arte. “Creo que a los 12 años, me hice el primer sombrero, el cual vendí en 20 centavos (risas), es que no se me olvida porque fue mi primer trabajo”.
“A mí me gusta mucho este oficio, luego me casé y seguí con la misma labor, claro que ya no hacía grandes cantidades, pues ya uno con la obligación, los niños, la familia, le quitan a uno tiempo y teníamos 13 años de casados con el señor José Vicente Castro, cuando murió. Ahí intenté dedicarme a otras labores, pero nada me apasionó tanto, hasta que tomé la decisión de seguir, solo con el sombrero y gracias a Dios y a la virgen levanté mis hijos, seis mujeres y dos hombres”, agregó la maestra del saber.
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Las tragedias la ‘golpearon’
Celvina, señaló que gracias a la tejeduría, logró sacar adelante a sus nueve hijos. Debido a sus años, trata de recordar las fechas, pero ya su memoria le hace pasar un desliz o tal vez por lo doloroso del recuerdo, no lo dice, “mi hija menor falleció en un accidente de tránsito, y a otro de mis muchachos me lo asesinaron y nunca supimos nada del autor. “Nosotros salimos de Acevedo debido a unas amenazas y llegamos a Neiva, pero decidí devolverme para mi casa, porque me aburrí sin trabajo, ya que solo sabía tejer. Les dije yo no debo nada, ni he hecho nada, me voy”.
De nuevo, el destino la iba a impactar, pues al poco tiempo de haber llegado al municipio de Acevedo, le asesinaron a otro de sus hijos y nunca supo ¿quién lo mandó a ultimar? ¿Ni porque?
Tal vez este nuevo golpe, fue el que le dolió más. “Él trabaja con la artesanía, se llamaba, William Fernando, con quien salíamos a las ferias y a vender a los pueblos, desde los nueve años lo llevé para que me acompañara, cuando ya murió tenía 28 años. Yo no lo dejaba que trabajara en otra cosa. Le decía ‘mijito’ con lo que hacemos con eso vivimos”, recuerda con cierto asomo de nostalgia la artesana.
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Llegaron los primeros centavos
En este momento, una hija es quien la acompaña, ya que tiene 77 años de edad y necesita que alguien esté pendiente de ella.
Sobra decir que la vida de la artista ha sido como los tejidos que confecciona, un bonito producto, con ‘nudos’ que la han hecho trastabillar, pero no ha caído y los aspectos dolorosos, el tiempo se ha encargado de atenuarlos en su alma.
Al preguntarle ¿Qué significado tiene haber vendido su primer sombrero? Dice: “¡Ay no! Mejor dicho el primer sombrero fue el que me dio la vida, porque 20 centavos, eso era poquitica plata, pero a mí me sirvió mucho porque yo era joven, niña era la ‘cosa’, porque tenía 12 años, y me compré una blusa, un pantalón y me alcanzó hasta para las zapatillas. A mí nunca se me olvida esta anécdota”, ríe.
Recuerda que vendió su producto a $4, $5, y $6 centavos. Y ahora a $1 millón, $1 millón 800 mil.
Y al preguntarle por los precios, de inmediato se refiere a la calidad del sombrero y a su tamaño. Si es fino, tiene un costo de $1 millón 800 mil.
Los tejidos
“En cuanto al tejido, unas de nosotras tejemos fino, y cuando la fibra de la palma de iraca, esta delgada o cuando es gruesa, ahí puede quedar elegante o grueso. Ya no cultivó esta planta, pero antes sí lo hacía. Cuando se siembra, hay que tenerla limpia, apodada, y para cogerla la hoja, no debe estar haciendo mucho sol, bien sea en las horas de la mañana o al caer la tarde, ni cuando este lloviendo, ya que no queda sirviendo para tejer, arroja un color feo”, resaltó la artesana.
De manera posterior, su cocción dura 40 minutos, después de que este hirviendo, y ojalá que el fogón tenga guadua, ya que la misma arroja una gran llama que cubre toda la olla.
¡Hablamos de la fabricación!
La Maestra, nos explica cuanto tiempo le cuesta tejer uno de sus productos insignes. “Me toma quince días hacerlo, porque es mediano, y si me ayuda mi hija en una semana lo fabricamos. Y uno de los grandes, dura seis semanas, alrededor de dos meses y ‘medio’”. De ahí comprenderán los lectores, el porqué de los precios.
“Todo el sombrero se hace a ‘mano’, y he tenido varios reconocimiento por eso. Recuerda que le dieron la medalla a la Maestría, me la gané hace siete años en el municipio de Pitalito, he ido a Cali, Medellín, Cartagena, hasta República Dominicana me llevaron”, agregó la mujer.
Recuerda que cual si fuera una persona que llega en un ‘platillo volador’, los dominicanos le rodearon el ‘stand’, donde se encontraba. “Y cuando se fue a ir el presidente de ese país, me mandó a regalar 100 dólares. Él me llamaba, hablábamos y me decía que sí el volvía a ganar, que lo tuviera en cuenta, pero seguro no logró hacerlo (risas)”, dijo la Maestra.
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A darle forma al sombrero
La artesana, sigue hablando del producto, pero en esta vez, habla de cómo le da forma al mismo. “Se coloca el sombrero en un horma y con un trozo de madera, que pesa cerca de 5 kilos, se golpea, y de esta manera le da figura a la ‘pieza’, se gasta un día completo en esta labor”. Y habla como si le estuviera reclamando al tiempo, el peso de sus años, asevera, que esa fase, es la que se le dificulta hacer.
Ante esta circunstancia, la mujer envía un mensaje a los gobernantes para que le regalen una máquina que le ayude a fabricar los sombreros suaceños, porque dice que es costosa y no cuenta con los recursos para adquirirla.
“Yo no quiero dejar mi trabajo, hasta que me den las fuerzas para fabricarlo, los haré. Y a varias muchachas, les he dictado clases en mi casa”, dijo la artesana.
La mujer no es mezquina con el saber, ya que dice que transmitirlo es bueno, porque no va a haber una sola persona quien los haga, sino que hay más con este conocimiento. A ella le encargan los sombreros, y es sincera y dice que ya no alcanza hacer todos, finaliza con cierta nostalgia.