Alvaro Hernando Cardona González
Se puso de moda afirmar que la humanidad enfrenta “una triple crisis planetaria”. Empezó cuando el secretario general de Naciones Unidas, António Guterres, afirmó que esta crisis “amenaza el bienestar y la supervivencia de millones de personas en todo el mundo”.
Desde ahí, muchos preguntan qué es la triple crisis planetaria. Bueno, es hora de precisarlo no sin dejar de incentivar el debate. Esta se refiere a tres problemas relacionados entre sí: el cambio climático, la contaminación y la pérdida de biodiversidad. Podremos imaginar que cada una de estas problemáticas, es una crisis autónoma con sus propias causas y efectos. Pero convergen y agravan cada una de manera individual, multiplicando los efectos catastróficos que ya estamos padeciendo.
El análisis de estas problemáticas (individuales e interdependientes) ayuda a revaluar, como lo venimos proponiendo desde hace un año, que lo revolucionario es hacer prevalecer los deberes sobre los derechos.
La alteración del clima está considerada como el problema más urgente de la humanidad y la mayor amenaza a los derechos humanos. Son los cambios a largo plazo en las temperaturas y patrones climáticos del planeta, y con ello, altera por completo los ecosistemas.
Por su parte, la contaminación o alteración de las condiciones propias de la naturaleza, es otra preocupación mundial; también afecta a la biodiversidad.
Y finalmente, en cuanto a la pérdida de biodiversidad, es la disminución y desaparición de la diversidad biológica: flora, fauna y ecosistemas.
Por la complejidad que trae consigo la triple crisis planetaria, los cambios necesarios requieren decisiones y acciones a escala global y cambios profundos en los sistemas políticos, sociales y económicos. Las acciones locales y cambios individuales ayudan, pero son lejanamente insuficientes.
Entre otras medidas, debemos seguir bajando las tasas de natalidad; investigando más para depender menos de los recursos no renovables; implementando la revolución auténtica de hacer prevalecer los deberes sobre los derechos; ampliar las coberturas de educación imparcial y científica; rescatar la ética en la toma de las decisiones individuales y políticas; haciendo inversión pública inteligente y transparente; siendo intransigentes con las contravenciones y los delitos (incluida la corrupción); y aumentando la democracia.
Lo que veníamos haciendo no ha dado frutos; es absurdo continuar haciendo lo mismo. Seguimos desarrollándonos, pero muy lejos de hacerlo de manera sostenible. ¡Qué torpes somos los humanos!
