Orgullosamente Abogado y Docente de la Universidad Surcolombiana
Doctor en Derecho, Universidad Nacional de Colombia
Mi sueño es que algún día los colombianos estemos tan unidos como lo estamos ahora por el fútbol. Las inmensas emociones que se sienten al ver el talento hecho sudor y esfuerzo en la cancha, la fuerza, la unidad, la empatía, el respeto por las normas, el verdadero mérito, la constancia, y el trabajo en equipo nos tuvieron a punto de ser los campeones de la Copa América. El fútbol es el escenario perfecto que demuestra que la combinación de talento, constancia, esfuerzo y trabajo es la mejor manera de conseguir los triunfos. Todas estas herramientas que hoy tiene y utiliza nuestra selección nos labran el verdadero camino hacia un país que debe ser orientado y guiado por los mejores. No creo que a alguien se le ocurra hoy decir que en la cancha no están los mejores, y quienes los sustituyan como titulares están en la capacidad de hacer el mismo trabajo.
Necesitamos en Colombia a personas que defiendan los intereses del país como lo hacen Camilo Vargas, Santiago Arias, Dávinson Sánchez, Carlos Cuesta, Johan Mojica, Richard Ríos, Jefferson Lerma, Jhon Arias, James Rodríguez, Luis Díaz y Jhon Córdoba, y el equipo de suplentes. Y quién lo creyera, un argentino llamado Néstor Lorenzo, quien es nuestro director técnico.
Sin embargo, debemos pasar de la ilusión a la realidad. Los desmanes en el estadio fueron un hecho vergonzoso que demuestra, en parte, lo mucho que nos falta en el control de las emociones y en el respeto por las normas básicas, al punto de que incluso el presidente de la Federación Colombiana de Fútbol, Ramón Jesurún, se sumó a los malos ejemplos a seguir. Lo de Colombia es patológico: nos matamos porque no somos tolerantes; nos gobiernan el ego y la arrogancia al punto de que por la más mínima cosa nos atrevemos a quitarle la vida a otro, y esto ocurre en 14 mil oportunidades al año. Bien lo señalaba Germán Castro Caicedo: la cultura mafiosa, o como dice Antanas Mockus, atajista y gorrona, es la responsable de parte de nuestras desgracias. El remedio es infalible: educación, cultura, pedagogía y diálogo intensificado para aprender a valorar y sopesar los principios para que la justicia, la equidad, y el respeto al otro gobiernen nuestros sentidos y nos hagan personas realmente civilizadas, ajustadas a las normas de convivencia que garantizan nuestra propia supervivencia.
Es claro que detrás de la violencia está el irrespeto por los principios y valores básicos de una sociedad, que ha sido permeada por una cultura machista que arregla los problemas a golpes o a plomo, que sacraliza y maltrata a nuestras mujeres, que ordena desde casa “conseguir platica honradamente, pero si no puedes honradamente, consigue platica”. De allí que incluso el sicario le rece a la virgen para que la bala pegue en el cliente y así poder comprarle la casa a la mamita.
La pobreza, la discriminación, la violencia, el desempleo, la mala calidad de la educación y la maldita corrupción beben de las fuentes de la ignorancia, de esa cultura traqueta que busca hacer plata cueste lo que cueste. La solución es la educación, desde la cuna hasta la tumba; el arte para sensibilizar y despertar emociones distintas; y el diálogo para construir los consensos necesarios que nos permitan vivir en un marco social donde se respete la vida.