Por Juan Pablo Liévano
Vamos de mal en peor con las propuestas desatinadas del Gobierno. En esta ocasión, como si fuera la más brillante de las ideas, se quiere implementar inversiones forzosas para los bancos como parte del plan de reactivación. No se trata de una expropiación, como algunos desinformados lo han comentado, sino de una rampante interferencia en el mercado del crédito, que significará su distorsión y el debilitamiento del sector financiero.
Este mercado no es más que la interacción de los sectores superavitarios de ahorro de capital con los sectores deficitarios, con necesidades de consumo e inversión. En el medio están los bancos, que tienen una licencia para el manejo, aprovechamiento e inversión de los recursos de captación. En la intermediación, se paga un precio por lo que se capta y se cobra un precio por lo que se coloca, por lo que se gana un margen. En la colocación se realiza una evaluación del riesgo, del deudor, de sus negocios y garantías, a efectos de determinar la probabilidad de pérdida y la tasa de interés. A mayor riesgo, mayor tasa, resultado de la simple necesidad de retribuir el capital según la probabilidad de impago.
Este es un principio básico de una economía de libre mercado, el cual conviene no interferir, aun cuando, en las economías modernas, para velar por el mantenimiento de la capacidad adquisitiva de la moneda, los Bancos Centrales intervienen en su calidad de autoridad monetaria, cambiaria y crediticia, y lo hacen con un propósito general, no particular, de favorecimiento a un sector u otro.
Por el contrario, las inversiones forzosas, ahora llamadas eufemísticamente “inversiones estratégicas”, pretenden dirigir recursos a los sectores que desea el Gobierno, con una tasa de interés baja, por debajo de la tasa de mercado. El primer problema es la politiquería y corrupción, pues de manera arbitraria se determinará qué sectores las recibirán. Esto trae el segundo problema, pues esos sectores serán aquellos que, por el análisis de riesgo, tienen más probabilidades de impago y, por lo tanto, se les debería prestar con mayor cuidado y a mayores tasas.
El tercer problema es el encarecimiento del crédito a los sectores no beneficiados, consecuencia de la necesidad de compensar el bajo rendimiento por el subsidio y las pérdidas por las malas colocaciones.
En un escenario normal, donde la economía crece y se tiene un sector financiero a todo vapor, la idea es muy mala. En un escenario con necesidad de reactivación, por el estancamiento económico y donde los bancos no están en su mejor momento, la idea es perversamente mala.
Lo que se requiere es un sector financiero más fuerte, seguridad física y jurídica, y un plan de reactivación con beneficios tributarios y tasas subsidiadas con fuentes fiscales, si se quieren, y que los bancos presten los dineros del ahorro del público, que no es dinero público, de acuerdo con las normas del libre mercado, pues son los bancos quienes deben devolver los dineros a los ahorradores. Hacerlo de otra forma, de manera centralizada y arbitraria, desconociendo las consecuencias de causa y efecto de la intervención en la economía, no es más que comunismo puro y duro, y la receta perfecta para el fracaso.