Esta es la pregunta que muchos nos hacemos por estos días, ahora que empiezan a sonar nombres de posibles candidatos y candidatas a la Cámara de Representantes y al Senado. Para nadie es un secreto que hacer política en el departamento del Huila no es nada fácil, especialmente cuando se enfrentan grandes maquinarias políticas con recursos aparentemente “ilimitados”. Aunque es evidente que toda campaña requiere una inversión para gastos de transporte, alimentación, publicidad y dotaciones que servirán como herramientas, el verdadero costo de una campaña competitiva implica mucho más.
Entonces, ¿por qué se habla de cifras que superan los 3.000 millones de pesos para hacer una campaña medianamente buena? Una cifra exorbitante, pero lo cierto es que, con el salario que actualmente devengan los congresistas, muchos de ellos logran recuperarse de la inversión. Sin embargo, nadie compra pan para vender pan, esto quiere decir que quienes invierten en una campaña lo hacen esperando un retorno mucho mayor que su inversión inicial. ¿Y qué podría justificar un gasto semejante? Como dicen por ahí, que valga la pena el chicharrón.
A esto se suma la llegada de personas y grupos que, al ver la política como un negocio rentable, ingresan con grandes capitales sin tener ningún conocimiento ni interés en la responsabilidad que implica ejercer un cargo público. Para ellos, el Congreso no es un espacio de deliberación, control y construcción de políticas públicas, sino una inversión que les permitirá obtener retornos a través de contratos, influencias, y demás maniobras que van en detrimento del interés general. Esta lógica mercantilista de la política no solo desvía el verdadero propósito del servicio público, sino que también cierra las puertas a quienes, con vocación genuina, quieren aportar con sus conocimientos y experiencias para construir un mejor país.
Al convertir la política en un juego de intereses privados, se les arrebata la posibilidad a personas idóneas para ocupar estos espacios, convirtiéndose el Congreso, en un club exclusivo para quienes pueden pagar su entrada y las decisiones que afectan a millones, quedan en manos de quienes solo buscan recuperar su inversión y aumentar sus ganancias. Esto no sería lo peor, sino fuera por la indiferencia de las personas que alcahuetean este tipo de acciones corruptas, recibiendo la dádiva sin reflexionar sobre las consecuencias, para después quejarse, pero parece que tienen memoria a corto plazo, pues cuando hay nuevamente elecciones, se repite la historia.
Este juego parece nunca acabar, en donde todos, en mayor o menor medida, terminan perdiendo; la política no debería ser un espacio para la corrupción o el enriquecimiento personal, sino un ejercicio de servicio público con la comunidad. ¿Cuándo llegará el día en que dejemos de ver la política como un negocio y empecemos a verla como la noble tarea de construir un mejor futuro para todos?
El desafío que enfrentamos como sociedad, es trascender este modelo corrupto que ya fue normalizado y fomentar esa nueva cultura política donde el mérito, la transparencia y el compromiso social sean los pilares de toda aspiración electoral; mientras tanto, la pregunta sigue en el aire: ¿cuánta plata se necesita para ser congresista? Pero quizás la verdadera pregunta que deberíamos hacernos es: ¿cuánta integridad necesitamos para cambiar este paradigma?
JAVIER ERNESTO MONJE ESCOBAR