Diario del Huila

Salud y Enfermedad en La Vorágine

Sep 24, 2024

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En una tertulia liderada por la Academia Huilense de Historia, se analizó «La Vorágine» de José Eustasio Rivera, destacando cómo la selva transforma la mente y el cuerpo en un entorno de locura, enfermedad y violencia, reflejando una profunda denuncia social.

DIARIO DEL HUILA, EL BOTALÓN

Por: Germán Liévano Rodríguez

Esta semana fuimos invitados en unión del Dr. Pedro Pablo Tinjacá, presidente de la Academia Huilense de Historia, para que realizáramos una tertulia acerca de la salud y de la enfermedad tal y como transcurre en el relato magnífico y creativo de LA VORÁGINE. Descubrimos primero que la obra es tan rica y compleja que puede ser objeto de múltiples análisis a escogencia de los interesados. Simplemente hay que mantener un modelo de exploración para que el bisturí imaginario del autor vaya abriendo páginas y tejidos y al final veremos que es tanta la prodigiosa riqueza de la novela que nos quedarán hasta párrafos y epílogos por desenmascarar. Así fue como el Dr. Tinjacá inició su participación exponiendo la enfermedad mental en sus distintas manifestaciones una vez que el hombre traspasa el umbral del lindero selvático y se encuentra en lo que se ha llamado la cárcel verde. Sin opciones siquiera de ver el sol o buscar el horizonte por cuanto la profusa vegetación se cuida de simular un auténtico encierro vivo. Vivo porque al poco tiempo el explorador comienza a escuchar que los árboles hablan, que las arenas se mueven, que las olas del río claman y que hay una conjunción de ruidos y movimientos que hacen perder la noción del tiempo y espacio en febril concierto de nunca acabar.

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Sobrevivir en la selva

En la selva, la violencia es la única opción de resolver problemas y se mantiene en feroz alianza con la ambición del poder y por supuesto, de gozar. Y la confusión mental y las alucinaciones no se dan solamente por el ataque de las llamadas fiebres palúdicas sino por el entorno enloquecedor que todo lo descompone.  De allí que el abuso del alcohol o del yagé y demás hierbas alucinógenas se combinan con el diario vivir de los habitantes de la selva y permiten que florezcan toda clase de aberraciones, torturas, crímenes, engaños, traiciones. Y es el caldo de cultivo propicio para el genocidio masivo abusando de la población indígena y convirtiéndolos en auténticos esclavos de las mafias del oro blanco o sea el caucho. Denuncias que hiciera nuestro prolífico José Eustasio a su debido tiempo sin obtener el necesario respaldo de la nación a pesar de las cifras escalofriantes de crímenes y de abusos cometidos no sólo por la nefasta Casa Arana del Perú sino también por traficantes colombianos del Putumayo y Vaupés. Posteriormente expusimos los nefastos ataques de las plagas que pululan en nuestras selvas amazónicas. Comenzando por la más pequeña y más terrible insecto como son los mosquitos que transmiten el paludismo, la fiebre amarilla, y la leishmaniasis. Plagas voladoras que desafían toda clase de defensas y que al menor descuido se ensañan. Y por supuesto contagian esas terribles enfermedades que portan en sus voraces organismos. Siendo el paludismo el más frecuente, han pasado más de cien años de la novela y no se ha podido controlar y todavía se reportan hasta más de 45 mil casos nuevos en Colombia en 2023 y más de 400 mil muertos en todo el mundo. La fiebre amarilla con una mortalidad de más del 20 % continúa endémica en muchas regiones del país y no se diga de la úlcera de la selva. O sea, la leishmaniasis cutánea también transmitida por esos voraces mosquitos.

Relatos de José Eustasio

En su majestuoso relato, José Eustasio nos relata los episodios en enfrentamiento con caimanes, que devoran niños y madres en aterradores relatos, o con el voraz pez piraña que en minutos deja flotando un esqueleto desposeído de todas sus carnes, o con las plagas de hormigas que resuenan en la selva en su paso destructor, o los enjambres de abejas que atacan de sorpresa al fugaz caminante, o las sanguijuelas que desangran por su ataque en manadas hasta por centenares con sus efectivas trompas. Y al final nos traumatiza con la imagen del fatídico beri-beri por falta de vitamina B que convierte a sus víctimas en auténticos cadáveres caminantes. La cárcel verde no perdona. Quien se sumerge en la lectura de la novela terminará imaginándose víctima y victimario de todos los excesos, desafíos y violencias que nos ofrece este relato. Nuestro mejor aplauso sería lograr que volvamos todos a leer La Vorágine. Así sea.

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