El destacado filósofo, músico y pedagogo español, Fernando Bárcena Orbe, participó en el V Congreso Internacional de Investigación en Ciencias de la Educación celebrado en Popayán. Diario del Huila habló con él sobre la incidencia de del lenguaje en la identidad, esto, a la luz de la educación.
Diario del Huila, Entrevista
Carlos Andrés Pérez Trujillo
Fernando Bárcena Orbe tiene un amplio reconocimiento internacional por sus publicaciones referentes a la filosofía de la educación y el arte.
Su vida es un referente en la educación, la música y la escritura (sobre todo en el ensayo). Ha publicado, La esfinge muda. El aprendizaje del dolor después de Auschwitz (2001); El aprendiz eterno. Filosofía, educación y el arte de vivir (2012); La educación como acontecimiento ético.
A su paso por la Universidad del Cauca habló con Diario del Huila sobre la identidad y la inquietante construcción de ciudadanía. Cuando lo cuestionamos sobre el conflicto en Colombia, dijo que no lo conocía lo suficiente para hablar de él, pero era “extraordinariamente complejo”.
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“El ciudadano en todos los países, y me imagino que aquí más, ha perdido la confianza en sus políticos. Eso vuelve más difícil la resolución de conflictos, eso requiere el apoyo, la confianza del ciudadano, y este tendrá confianza si puede tener una vida mínimamente digna en términos de trabajo, salud, educación… un bienestar mínimo”, advirtió.
Asimismo, insistió en que el valor de la paz requiere esfuerzos enormes, pues “no viene del cielo; la paz requiere estudio, trabajo, comunidades que confíen en ellas, que trabajen y luchen. Requiere profundos actos de reconciliación, perdón, y, sobre todo, de justicia. Es un trabajo que compromete mucho el tema social”, recalcó.
Nel Noddings habla de la pérdida de la confianza cuando se agrede desde el lenguaje, ¿cómo podemos propiciar desde la escuela escenarios de confianza?
La relación pedagógica, escolar, es un encuentro entre generaciones. Hay un tiempo adulto y joven que se reúnen y transmiten cosas. Los padres, maestros, transmiten a las generaciones del mundo. Acogemos a los que llegan y les enseñamos las reglas de juego del mundo.
Lo importante es que el educador, sea padre o madre, que ha elegido el ejercicio docente no son los que se ponen delante, sino los que se hacen atrás por si el chico o la chica rompe para recoger sus trozos y apoyarlo; para hacerles crecer.
En segundo lugar, esa relación educativa se apoya en dos elementos: el amor al mundo y al amor a los que llegan. El amor al mundo no pretende transformar el mundo sin antes haberlo mirado, porque nos podemos relacionar con las cosas del mundo de dos o tres maneras: para comérnoslas -por eso ocurre hay personas que pasa hambre porque no para de comer, y hay gente que pasa hambre porque nunca come nada-. Por tanto, no basta con relacionarnos con el mundo y con sus cosas a través del hambre, nos podemos relacionar a través del uso de las cosas.
El ser humano se relaciona con las cosas que el mismo fabrica, pero las estamos cambiando constantemente; “Este celular dentro de un año ya se ha dado obsoleto”. No dejamos que se deposite la memoria en las cosas. No podemos relacionarnos con el mundo desde el punto de vista simplemente instrumental. Habrá que relacionarse con las cosas del mundo para aprender a mirarlas, y así las amamos. De ahí vienen tres valores fundamentales: la confianza, la responsabilidad y la esperanza, sin eso no hay relación educativa, ni de la verdadera formación.
En estos tiempos de tanta inmediatez ¿cómo cultivar la memoria?, desde la educación básica, ¿cómo lo hacemos?
Yo diría que la memoria no solamente es el recuerdo de las cosas, eso ya lo hacen las computadoras; la memoria es experiencia de tiempo. La memoria requiere recuerdo y requiere olvido también. La memoria sin olvido es también, como un jardín sin podar. Por tanto, desde muy jóvenes hay que testimoniarles, hay que ofrecerles el testimonio a través de los saberes, de la cultura, adaptado a las edades. Aquellos saberes que fundan la condición humana más allá de lo local, por su puesto, hay que dar a conocer lo local, pero hay que aspirar a la universalidad de la condición humana. A través de eso vamos fomentando la memoria, la experiencia del tiempo.
Todos nosotros lloramos, nos lamentamos, sufrimos, nos lamentamos por la pérdida de un familiar, por desamores, por múltiples cosas. Basta con leer algunos poetas que a través de sus obras nos muestran el llanto, el dolor, el duelo, la pérdida, nos hacen ver que esas lágrimas nuestras ya fueron lloradas en otro tiempo, y que esos artistas elevaron su dolor a la belleza. A través de la lectura formamos la memoria, porque sin lectura, sin educar la memoria desde el arte, ciencia, literatura o poesía, dejamos a los jóvenes emparedados en el vacío.
Judith Batler hablaba de la llorabilidad de las vidas desde Vida precaria…
No puede haber una pedagogía del duelo (si el dolor es la pérdida de un ser amado), si la pedagogía es normativa. La transformación de la persona doliente es una transformación en el tiempo y es impredecible. El sujeto que queda vivo después de la muerte de su esposa, por ejemplo, como es mi caso. A lo largo del tiempo que uno va aprendiendo “el yo”. Hay un momento en que tiene que aprender dolorosamente a desprenderse de ese “yo” que quiere morir con la mujer amada. Esa transformación es un acontecimiento que no se puede predecir, que no se puede formar, solo se puede acompañar a la persona doliente, el duelo es muy doloroso, es de las experiencias más terribles, uno se vuelve obsesivo, se siente culpable. Es tremendo, pero llega un momento en que aceptas la vida.
De cierta manera eso nos lleva a pensar en el dolor del otro, John Donne, en este epígrafe de “Por quien doblan las campanas” de Hemingway, nos recuerda que cuando se pregunta por quién doblan las campanas, están doblando por ti…Haciendo una analogía es como sentir el dolor del otro…
Totalmente de acuerdo, y no sabes lo que me conmueve que me hables de John Donne. En pleno proceso de duelo por el fallecimiento de mi pareja anterior, en un momento llego a John Donne, al Soneto X, y yo me derrumbo leyendo ese soneto. En los versos finales dice: “muerte, después de un breve tiempo, ¡oh muerte! Despertaremos / muerte, morirás”.
El poeta en esos versos lucha de manera descomunal frente al mayor enemigo que es la muerte, usa todos los instrumentos que el poeta para poder decir que cada uno de los actos en esta tierra tienen un eco en la eternidad.
Indudablemente esa sensibilidad la da la educación, y lo que observamos, es que se ha perdido esa delicadeza en la cotidianidad de la vida. ¿Cómo podríamos propiciar esta sensibilidad en los estudiantes?
Yo recomiendo leer en voz alta, y leer con ellos. Yo recomiendo que escriban a mano, que si son chicos que usan computadoras, que las cierren y que nos miremos a la cara. Ellos no tienen que leer lo que yo leo, ni leer como lo hago yo, no tienen que gozar como gozo yo, pero quizás ellos puedan encontrar un modo rico de encontrarse y relacionarse en sus propias vidas.
La construcción de identidad en el aula es un factor determinante para ser ciudadano. Hablábamos de la confianza, ¿cómo hacer que se empodere más esa identidad? La violencia en Colombia, que ha sido inicialmente armada, ha trascendido al lenguaje. Culturalmente vivimos prevenidos, hemos cultivado una violencia quizás inconscientemente. ¿De qué manera podemos comenzar a desarmarnos desde nuestro lenguaje?
Un filósofo como Martín Heidegger, decía que la lengua es la casa del ser, eso puede significar muchas cosas. Yo creo que significa que la lengua no es solo lenguaje o idioma, no solo es un medio o instrumento de comunicación. Es mucho más que eso. Si eso fuera así, entonces la lectura no sería aventura espiritual, como de hecho lo es.
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Leer no es codificar información, por tanto, lo primero que habría que hacer es pensar el lenguaje como algo que es mucho más allá que un medio de comunicación, sino el fin todo lo que podemos llamar humanidad, eso para empezar. Luego, habría que hacer otras cosas como fomentar una relación con el mundo menos narcisista, menos basada en el ego; más desconectada de nuestro cuerpo.
Hay un escritor francés que habla de esos cuerpos desmontables, esos cuerpos perfectos que coinciden con el ego y el narcisismo, donde se concentra el sentido de la identidad y el reconocimiento y que pasan por las redes sociales. Hay un cuerpo que va más allá del que están fomentado las redes sociales, porque están incidiendo con sus algoritmos en el cerebro primario, a base de chutes de dopamina, esa insaciabilidad de los deseos. La identidad no solamente es una cosa, nuestra identidad, han dicho algunos filósofos, es profundamente narrativa. Estamos formados por múltiples historias. Tenemos muchas maneras de expresar lo que somos, había que dar una vuelva a esa noción de identidad y sacarnos, quizás, de excesivos y reducidos localismos; yo creo que hay que aspirar a la universalidad.