Por: Alfonso Albarracín
He venido expresando en anteriores columnas que se publican semanalmente en esta tribuna de opinión, que hay necesidad de ejercer un control estricto a los vehículos que circulan por los municipios del departamento, los cuales son conducidos por algunos desadaptados sociales que no respetan la tranquilidad y la paz familiar de los hogares. Les adaptan equipos de sonido con una intensidad sonora que superan los decibeles permitidos por las autoridades ambientales. Es muy deprimente observar a estos denominados campeches como deambulan libremente a altas horas de la noche, afectando el bienestar de las familias y en las instituciones de salud, donde de manera irresponsable se estacionan. Pero esta situación no solamente ocurre con estos vehículos. Igualmente ocurre en los municipios de Villavieja y San Agustín, donde se encuentran los dos principales atractivos turísticos del departamento: Desierto de la Tatacoa y el Parque Arqueológico, lugares que son visitados por miles de turistas mensualmente. Propios y extraños que proceden de otras regiones colombianas y países extranjeros, observan como el ruido estridente que emana de las discotecas están generando un ambiente hostil y desagradable a los turistas que nos visitan y que se alojan en los hoteles de estas regiones.
No hay derecho que estas personas tengan que aguantarse esta contaminación sonora, en estos municipios y que no exista autoridad alguna para controlarlos. Inclusive existe competencias de discotecas que tengan los mayores volúmenes de ruidos, los cuales generan un ambiente desagradable para los turistas. Inclusive para los asistentes, se les convierte en un atentado para la salud, por la pérdida paulatina de la audición, lo cual es una enfermedad irreversible. Los expertos médicos plantean que en 20 o 30 años, la población que no atienden estas sanas recomendaciones de prevención habrán perdido la audición en más del 30%. Absurdo este accionar de los propietarios de estos establecimientos de diversión. Están ahuyentando la mina de oro del futuro. Turista insatisfecho no trae más turistas. E inclusive no vuelven por estos lares. Cuando les toca pernoctar, pasan una noche de perros. Todo lo contrario, nos obliga a estructurar estrategias que conduzcan a crear ambientes favorables para el bienestar de sus visitantes. En sus países presentan una alta cultura ambiental. No permiten que los vehículos piten en las vías, ni personas que prendan sus equipos de sonido a alto volumen. Son exigentes y cuando alguna persona contraviene dichas medidas, es castigado y sancionado severamente por las autoridades judiciales.
Por este motivo, cuando arriban a nuestro país, para descubrir y observar los grandes atractivos turísticos que presenta el país, buscan que solamente se escuchen los ruidos que emana la naturaleza. Ellos les fascinan venir a nuestro país, porque aquí se encuentra la paz interior y la tranquilidad que ellos buscan, a través de los inmensos paisajes que nos brindan las regiones colombianas. Y llegar a sitios como los enunciados en el presente artículo, es decepcionante encontrar en estos municipios, establecimientos que propician el ruido estridente, donde impera la anarquía y la falta de controles gubernamentales para frenar a estos desadaptados sociales. Y si como fuera poco, debemos agregar otro espectáculo deprimente: la circulación de chivas rumberas que transitan hasta altas horas de la noche, por las principales vías de las ciudades. Inclusive lo están haciendo en barrios residenciales, donde también merecemos respeto y el derecho a vivir en paz y en silencio. Hay necesidad de ser un buen ciudadano y amar a nuestros territorios. Debemos ser respetuosos con el cumplimiento estricto de la normatividad contemplada en el Código Nacional del Policía.