Por Fernando Bermúdez Ardila
Escritor e historiador
Nominado premio Nobel de Paz 2010
En el siglo XIII a. C. Moisés, según él, lo que no deja lugar a controversia alguna, recibe de Dios sus 10 mandamientos. Para que los dé a conocer entre su pueblo y los haga cumplir, nace allí una alianza entre el pueblo hebreo y Dios, es el primer paso para crear una religión monoteísta ( El judaísmo ), esta llega y se extiende hasta el nacimiento de Cristo dónde se divide la historia bíblica en el antiguo, y el nuevo testamento con la llegada del mesías que tanto esperaban pero no reconocieron, lo que deja al pueblo judío esperando a su mesías, (Que para ellos, aún no ha llegado) naciendo el cristianismo como nueva religión.
Pero más importante que el cristianismo y el judaísmo son los mandamientos de Moisés o de la ley de Dios, casi todos ellos de orden moral y ético, que están inmersos hoy en todos los códigos penales y civiles del mundo entero. Además del marco social y de comportamiento general.
En el siglo XVII d. C. Baruch de Espinoza uno de los pensadores y filósofos más grandes de la historia hace una disertación en sus múltiples escritos sobre Dios, con una forma diferente, nos enseñó a querer y amar todo lo que nos rodea, a creer en nosotros mismos en nuestra divinidad, lo que somos y el por qué existimos.
Mientras Moisés nos enseña a creer en Dios y el temor a un castigo, Espinoza nos enseña a creer en nosotros y a comportarnos no por temor, sino por razones obvias. Parecieran dos polos opuestos, Moisés y De Espinoza, pero no es si se analiza detenidamente cada uno de los manifiestos.
Creer o no es un asunto opcional, personal y respetable, por lo tanto, apartándonos entonces un poco de la teoría de la evolución del hombre de Darwin, así como el escudo de Einstein cuando le preguntaba de si él creía en Dios y el respondía, “Que creía en el Dios de Espinoza”. Algunos interpretaron o interpretan qué este es un sesgo hacia el ateísmo o la no creencia en un ser superior divino.
Lo cierto es que estos grandes hombres simplemente nos enseñaron a respetarnos mutuamente. Aceptándonos con nuestras diferencias y a querer lo que nos rodea apreciando en toda su magnitud, no importando si eres judío, cristiano; si crees en Moisés o en de Espinoza; en la teoría de Darwin o en el Dios de Einstein. Todo hombre sabio a través de su vida deambula entre la cordura y la demencia, Albert Einstein por supuesto no era la excepción.