Señor Gustavo
Por: Ana Patricia Collazos Quiñones
Querido Gustavo, usted no me conoce, pero gracias a su literatura, yo si lo conozco a usted. Se por ejemplo que esta semana cumple cien años de haber nacido en este territorio. Sé también que sus historias fueron un relato de la esa sociedad que vivió y donde creó una dramaturgia para palear la falsa moral y tantas otras cosas que agobiaban su tiempo.
Señor Gustavo, ahora que cumple cien años, es importante que sepa que el humor crudo y punzante que usted logró dejar impreso en sus historias es algo sorprendente, pues abrió camino para el arte de esta provincia, ya que detrás de sus obras de teatro también estaban otras miradas desde la poesía, el periodismo y la literatura en general.
Todo eso ha significado usted, señor Gustavo. Un hombre que habló sin miedo sobre la “Farsa de la ignorancia y la intolerancia en una ciudad lejana y fanática que bien puede ser esta” y que permitió que el teatro fuera más allá de una representación de la realidad, mucho más que un testimonio, para usar la poesía y ayudarnos a entender el mundo desde una mirada simbólica y universal.
Gracias a usted, señor Gustavo, se abrieron camino otros grandes que aportaron al teatro colombiano. Gracias a la transformación que usted planteó en su dramaturgia, vinieron grandes como Enrique Buenaventura y Santiago García, que siguieron esa senda de la renovación en la escena.
Y es que usted quizá si lo sabía, pero sus paisanos no imaginaban que con su obra estaba haciendo historia. Cuando en “Remington 22” y “El camino” habló sobre nuestra violencia bipartidista, fue muy significativa su mirada a esos otros actores, al poder letrado de los intelectuales de provincia y cómo también desde la palabra escrita se puede accionar el conflicto y la polarización.
Señor Gustavo, si usted viviera actualmente tendría tanto por escribir. Podría dar una mirada por este conflicto que sigue desde sus días. Podría reafirmar lo que planteó sobre nuestra Violencia, y cómo la violencia es un mal cíclico que, de generación en generación, pasa el odio y la venganza por el exterminio, y donde “de la senda que pretende ser destruida, no se borrarán las huellas del oprobio”.
En este tiempo señor Gustavo también hablamos de identidad y también nos duele lo que vivimos. Nos duele el sinsentido de la violencia y de la corrupción. Nos duele que muchos artistas parecieran personajes de “El hombre que vendía talento” y tengan que claudicar en su oficio por el poder apabullante del marketing.
Finalmente, debo confesarle señor Gustavo Andrade Rivera, que como el personaje intelectual de su obra “El propio veredicto”, me opongo con vehemencia a la confrontación que hoy vive este país nuestro. Y así como usted, en su tiempo, muchos de nosotros, los intelectuales, poetas, artistas, gestores culturales, le pedimos al gobierno, con nuestra palabra y con nuestro quehacer artístico, que se abra el diálogo nacional y se baje el nivel de violencia contra la población civil que lleva un mes manifestando su indignación en las calles.