Por: Luis Alfonso Albarracín Palomino
Tras permanecer con mi esposa Amparo y mi perro Motas, 35 días en la capital del departamento del Valle, por factores ajenos a nuestra voluntad, cumpliendo inicialmente un compromiso familiar, en medio de las protestas sociales más violentas que cualquier ser humano pudiera vivir, pudimos regresar a Neiva. La ilusión que teníamos cuando arribamos a Cali, días antes del 28 de abril, cuando se inició el paro nacional, se convirtió en una verdadera pesadilla por la violencia irracional que se empezó a generar en los días siguientes.
En mi vida estaba acostumbrado a presenciar algunas manifestaciones de expresión de inconformidad que se presentaban esporádicamente en la ciudad de Neiva. Pero sorpresa, fue que empezamos a soportar limitaciones alimenticias por las diversas jornadas de alteraciones del orden público, que irradiaron a temor y zozobra a todos los residentes de esta hermosa ciudad y que impedían la entrada de alimentos. Muchas marchas terminaban pacíficamente. Eso está bien. Pero luego empezaron a aparecer personas encapuchados que vandalizaban y saqueaban establecimientos comerciales, al igual que generaron destrucción, a toda la infraestructura productiva de la ciudad. Estos hechos delincuenciales, estaban a la vista de todos.
Empecé a estructurar la salida de Cali. Diariamente empecé a programar la forma de emigrar de este ambiente malsano, que nunca habíamos vivido. Cada vez que tenía lista la maleta para viajar, ocurrían acciones violentas, que me impedían cumplir con la misión. Peajes ilegales, atracos, hurtos, muertes, heridos, carros quemados, entre otros, hechos delictivos que nos atemorizaban. Pero no desfallecía. A través de las redes sociales y los medios de comunicación de Neiva, que diariamente escuchaba a través del internet, estaba enterado de lo que sucedía en Neiva, con hechos similares.
Pero seguía insistiendo, preguntándoles a las autoridades, me recomendaban no viajar mientras persistiera este ambiente violento. Las vías estaban taponadas. Empezábamos a sentir un desespero, dada la coyuntura que se vivía en esta hermosa capital del Valle. Pero no bajaba la guardia. Mientras pasaban los días, iba creciendo el optimismo programando la ruta para salir de Cali, a través de vías alternas que habían sido destaponadas por la fuerza pública, ciudadanía y otras organizaciones ilegales.
Por fin el Presidente Duque, logró que la antigua vía al Valle fuera destapada para garantizar el flujo de vehículos de carga al Puerto de Buenaventura a principios de la semana anterior. La alegría y las esperanzas volvieron a nuestros corazones. Había que llegar a esta ruta. El jueves 27 de mayo, tomamos la decisión con mi esposa y mi perro. Salimos por la vía al aeropuerto Internacional Alfonso Aragón de Palmira y seguimos la ruta Rozo, Cerrito hasta llegar a Buga. Sola, estaba esta autopista, lo cual me generaba temor. Cuando llegué a la vía que desembocaba a Buga pude observar el flujo de camiones, que cogían la ruta por Guacarí y Roldanillo. Logramos seguir la ruta a Cartago, atravesar el puente del Río Cauca y luego seguir la carretera a los municipios de Quimbaya y Montenegro y llegando a Armenia. Estábamos a salvo. El resto, atravesar la Línea a través de sus majestuosos túneles, llegar a Ibagué sin contratiempos, me garantizaba acercarme al departamento del Huila, donde empezaría el otro viacrucis.
Con demoras en los bloqueos por las comunidades indígenas en el Patá, otro en la entrada a Aipe, por los habitantes de este municipio y el de Campo Dina, logramos llegar a nuestra tierra natal. La alegría fue inmensa, era como volver de un lugar ajeno a nuestras tradiciones, tener nuevamente la oportunidad de interactuar con nuestras amistades y familiares, que se encontraban preocupados por la suerte de nosotros, pero algo, es que nunca perdimos la fe en el creador, que nos iluminó el camino para regresar a nuestra amada Neiva.