Por: Gerardo Aldana García
Uno de los más profundos y legítimos anhelos del hombre en la búsqueda del conocimiento, ha sido desde tiempos remotos, alcanzar los bastos horizontes o tal vez muy pequeños, en donde habita la conciencia de Dios. Un escenario en donde las preguntas a su propia orfandad tengan la respuesta que puede llevar a la seguridad de encontrarse en un camino auténtico de salvación. Este cuestionamiento surge desde tiempos incluso precristianos, entendidos como anteriores a Jesús de Nazaret (vale decir que el cristianismo como pensamiento o corriente espiritual que considera la existencia de un logos o energía llamada cristo, existe desde mucho antes del nazareno, el hijo del carpintero de Belén). Claramente, desde la modernidad del siglo XX, aparece con un renovado y académico vigor, el propósito de estudiar las posibilidades del espíritu del hombre como un campo de investigación que pueda soportar el rigor científico desde aristas como la psicología, la sociología, la astronomía, la matemática, la sexualidad, la antropología, la física cuántica, entre otras disciplinas. Y justamente el propósito resulta de la mayor importancia cuando se trata de encontrar esa espiritualidad liberadora que tradicionalmente ha sido ofrecida desde los más radicales credos como el cristianismo católico, ubicando tal liberación solo en el ámbito inexorable de la fe en Jesucristo, único medio para el sueño liberador de la humanidad. Pero en la perspectiva de una liberación posible, que esté al alcance de la voluntad transformadora del propio hombre, ha pervivido en el tiempo, la llamada gnosis, impulsada desde tiempos pos Jesucristo, por hombres como San Agustín, Simón El Mago y Basiledes entre muchos otros. En el pensamiento original de esta gnosis, el conocimiento puede ser alcanzable sin la intermediación de un cuerpo institucional, regido por un clero y su organización; muy al contrario, el ser humano puede alcanzar una conexión directa con el logos divino o la energía cristo, accediendo con ello a una autognosis, es decir un conocimiento de sí mismo que resulta auténticamente liberador de toda una serie de ataduras de orden también racional, que lo mantienen divorciado de su propia luz interior, una luz que desvanece los conflictos morales, sexuales, religiosos, filosóficos, etc., para llevarlo a un espacio en el que se encuentra auténticamente con su propio y real ser interior, con una especie de identidad o tutor de cuya mano se desprendió hace mucho tiempo la humanidad. Por ello, no es casual que personalidades como el propio Einstein se ocupara de encontrar la relación entre ciencia y espiritualidad, un científico con espíritu alquimista que se adentraría en estudios como los propuestos por Helena Pretonila Blavatski en su obra La Doctrina Secreta, profundizando en la física cuántica y la relatividad, abriéndose desde la ciencia oficial a universos que terminan relacionando al ser humano con la grandeza de una inteligencia superior. Las profundas reflexiones de Einstein y también de Newton como estudioso de la ciencia alquímica, motivarían en la década de los 70, la aparición de una corriente de pensamiento en Estados Unidos, llamada La Gnósis de Princeton, que pretende llegar al sentido revelado de la existencia humana, todo lo cual puede apreciarse con profundidad en la obra titulada: La Gnósis de Princeton – Los sabios a la Búsqueda de una Religión, escrita por el francés Raymon Ruyer.
Llama profundamente la atención que, en los albores de esta civilización moderna, pletórica y ebria de su creación de consumo masivo, que cada día de desnaturaliza más en su propia esencia de ser que debe buscar el encuentro con su propia identidad interna, registrar entonces el interés claro y contundente de científicos que siguiendo el camino de esoteristas serios en la historia, afortunadamente están en todo el planeta impulsando el estudio del espíritu.
