Diario del Huila

La columna de Toño

Jun 5, 2021

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“Fiesta de la eucaristía”

 Por: P. Toño Parra Segura

Este título es el más antiguo, aunque siempre nos hemos referido a esta fiesta con el nombre latino “Corpus Christi”, el Cuerpo de Cristo.

Desde el siglo XII la fe y devoción eucarística se inclinaron hacia la presencia real de Cristo en la Eucaristía.

La iniciativa no llegó “de arriba” de la jerarquía, sino “de abajo”, de un movimiento del Espíritu de la iglesia. Una monja desconocida, de vida estrictamente claustral sería la primera en promover la institución de una nueva fiesta eucarística. Era Juliana de Mont Cornillon de la Diócesis de Lieja en lo que hoy es Bélgica.

En 1208 tuvo la primera visión: observó la luna llena en la cual había una mancha oscura y la revelación por parte de Cristo, de que esa mancha significaba la ausencia en el calendario cristiano de una fiesta especial en honor de la Eucaristía.

Pasaron los años, hasta que en 1240, Roberto el Obispo de Lieja promulgó un decreto para que se celebrara la fiesta en su Diócesis, el segundo domingo después de Pentecostés. En 1251, el legado Papal Cardenal Hugues de Saint-Cher inauguró la fiesta en Lieja para el jueves siguiente después de la octava de Pentecostés. En 1964 el Papa Urbano IV extendió la fiesta a toda la Iglesia.

Al principio no se hacía procesión, la primera noticia que se tiene de esta práctica se remonta al año 1279 en Colonia (Alemania).

En la fiesta del “Pan Ázimo”, Jesús transforma esa tradición judía en la declaración más profunda que todos conocemos y que oímos repetidamente en nuestros altares católicos: “Tomen y Coman, esto es mi Cuerpo… Tomen y Beban, esta es mi Sangre”. El Dios de las alturas se hizo hombre y quiso quedarse en la forma más elemental del alimento. La Eucaristía es entonces “El misterio que resume todas las maravillas que Dios realizó por nuestra salvación”.

Hay un pan que divide, y un pan que une y se transforma en comunión. Qué nos divide? La distribución injusta de las riquezas, petróleo, café, cobre, oro, trigo y tierras. El Pan y el Vino Consagrados deben producir esa unión que el hombre no ha encontrado en la tierra; son elementos de la creación colocados en los accidentes frágiles de nuestros Altares, de vereda y de catedral, son “Fruto de la tierra y del trabajo del hombre”, para que toda la creación en cada altar sea un cántico de alabanza al Creador.

Recordemos que los simples ritos no salvan a nadie, lo que salva realmente es la coherencia entre los Signos del Amor de Dios y la respuesta que le demos nosotros en nuestra vida cristiana.

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