Por: José Eliseo Baicué Peña
Un equipo de científicos de varias disciplinas, sostiene que en tan solo cuatro años los conocimientos científicos que acumulan los diferentes campos del conocimiento se duplicarán. Los avances de la ciencia acaparan casi a diario las noticias de actualidad mundial fulminando barreras en amplios campos del saber.
En el lado opuesto al déficit tradicional de formación universitaria en países pobres, se suma una división digital en las desigualdades de acceso a la información y al conocimiento, abriendo una brecha cada vez más amplia entre países ricos y emergentes.
Es decir, que la creación y desarrollo organizacional de una sociedad, alrededor del mercado o basada en el capital de mercado y uso generalizado de nuevas destrezas simbólicas y tecnologías en los distintos sectores productivos de la sociedad, es un punto importante dentro del contexto externo que afecta el quehacer de las universidades.
Recordemos, que la universidad ya no es una institución aislada de la sociedad, donde, como en los viejos monasterios de la edad media, se convertía en espacios para aislarse de los problemas terrenales de su contexto. Ahora, es el centro de atención por ser el escenario ideal para germinación de conocimiento y desarrollo social.
De ahí, que las diferentes demandas que realiza la sociedad a la universidad, tienen que ver con su pertinencia o inclusión social. En otras palabras, es preciso que las universidades formen profesionales en las diversas áreas, pero deben velar porque también sean ciudadanos responsables con criterio para exigir obligaciones sociales. y generen impacto en la sociedad a la que se deben. Las universidades deben generar impacto social en los entornos donde se desarrollan.
En este sentido, el reto hoy, del Estado y los gobiernos deberá ser el de apoyar a las universidades para convertirlas en activos estratégicos al servicio de su competitividad regional. Y ello será así en la medida en que el desarrollo de una economía basada en el conocimiento sea, cada vez más, un elemento consustancial al progreso de los países desarrollados.
Así las cosas, es prioritario generar estas discusiones en aras de buscar la proyección de estas instituciones y de las regiones a las que se deben. Una primera premisa podría ser la de que las universidades no tendrán más remedio que ser, cada vez más, generadoras, y no meras transmisoras, de conocimiento.
Ahora bien, en contraprestación a los servicios prestados a la comunidad por parte de las universidades, los gobiernos pueden proporcionales el máximo apoyo institucional.
Así, es posible de llegar a establecer un auténtico partnership estratégico Universidad-región que desarrolle y aproveche todo el potencial universitario que va mucho más allá de las típicas actividades de formación, investigación y transferencia tecnológica, y lo sitúe como pieza angular de la estrategia regional.