Por: Adonis Tupac Ramírez
Esta semana continuamos con la crónica acerca de la pregunta ¿por qué soy médico?, esta semana es la última entrega:
En medio de libros, tratados, exigencias académicas y alimentando el ego de ser el mejor, con la mejor profesión, repleto de abnegación y sacrificio, olvidé el verdadero sentido: el de la vida, el del servicio, de la empatía y del amor; en definitiva, el sentido humano de mi profesión. Olvidé que lo más importante es la compasión, escuchar a los pacientes, abrazarlos. Es por esto por lo que, debemos recordar que no solo curamos ni tratamos un cuerpo, sino que tratamos personas con sueños, temores, pasiones y que, indirectamente, tratamos a sus familias. Olvidé que no solo necesitan una cirugía, un antibiótico o un analgésico, también necesitan sanar sus almas y cambiar sus entornos.
Además, olvidé escuchar y tocar, solo por el afán de diagnosticar y creerme dueño de la razón o de la última palabra. En ese mar de información perdí la vela y mi rumbo se dejó llevar por el viento más fuerte y el más cómodo, sin tener un puerto de arribo, naufragando entre tanto conocimiento y los deseos de aprender, pero olvidando que el rumbo siempre era el paciente.
Algunos maestros piensan que la exigencia académica es suficiente (cumplimiento, sacrificio físico y emocional) para hacernos verdaderos médicos o cirujanos, olvidándonos del sentido humano e incluso parecer máquinas que solo trabajan pero no opinan o interpretan. Los momentos de inspiración, entrega y fragilidad son pocos y a veces mal vistos o son interpretados como signos de debilidad o de falta de carácter, momentos que permiten cultivar la empatía, la compasión y el altruismo.
Hemos sido condenados a un Olimpo estúpido e imbécil, a una competencia que nos ha llevado a un cruel mercantilismo, a una competencia salvaje, a enfrentarnos entre colegas y con los pacientes. Por eso, se necesita con urgencia retornar a las bases de la enseñanza médica, a la naturaleza humanística de la profesión, reencontrarnos con la esencia para poder de verdad curar.
Espero que esta crónica los haya permitido acercarse a la realidad de muchos médicos del país.