Vean este hermoso proverbio: “La buena vida cansa y la mala amansa”. Sabio, ¿verdad? Ustedes saben, ¿por qué cayó el coloso imperio romano? Sencillamente, por el relajamiento de las costumbres. La vida sibarítica y licenciosa de gran parte de la población, vivía del trabajo de los esclavos, de la abundancia de todo lo que robaban a otros pueblos, la holgazanería de un buen número de ciudadanos, la total corrupción del poder público, llevó al colapso y, entonces los pueblos bárbaros aprovecharon la debilidad y lentamente vencieron a la otrora imponente águila imperial. Así es la vida, todo dios tiene su crepúsculo. Vean los grandes líderes en la política, en la economía, en el deporte, en las artes, aún en la ciencia y por qué no decirlo, en la vida religiosa: cuántos suben como palma y caen como coco. Es frecuente constatar que el poder corrompe. Los triunfos sin Dios y sin principios rectores del comportamiento llevan al hombre a creerse dios y a exigir que lo adoren. ¡Pobre hombre cuando se cree dios! Le pasa lo de la historieta de la torre de Babel, cuando terminó la torre, ¿qué pasó? Vino la confusión de lenguas, nadie se entendía. ¡Qué hombre tan soberbio! Va camino del abismo y se cree dios, ¡pobre iluso! El hombre cree que con el avance de la tecnología ya tiene el mundo en sus manos. ¡Qué ironía! Un microscópico virus lo tiene postrado, ¡qué soberbia y aún así, se cree Dios! Peor que el filósofo del superhombre, F. Nietzsche: ha muerto dios y sobre sus ruinas se edificará la ciudad del hombre. El sanguinario régimen del terror en Francia sacó del emblema de la cultura francesa, la catedral de Notre Dame, la hermosa escultura, Nuestra Señora y en su lugar entronizaron la diosa Razón. ¿A dónde fueron los adalides de la Libertad en medio de ríos de sangre? ¡Ah, fueron víctimas de su propio invento! El sanguinario M. Robespierre, impulsor de la guillotina, terminó siendo guillotinado. Y qué no decir del gran dios Napoleón, después de Waterloo, terminó su vida en la más profunda miseria y hambre en la isla de Santa Helena. ¡Tanto culto al yo, ¿para qué?! Hoy el hombre postmoderno grita a todos los vientos: ideología de género, cada ser humano debe escoger el sexo, -se les llena la boca de agua a estos deshumanizados-, el derecho al aborto, -ahora lo llaman interrupción del embarazo, ¡qué olímpicos, ¿no?!, las parejas del mismo sexo pueden adoptar y cuidado, ¿quién dice lo contrario?, lo mandan a las tinieblas exteriores. ¡Qué horror! Ahora a las mascotas no se les compra, se adoptan y, además tienen derechos. En esta sociedad sin Dios, es un crimen matar a un animal y es un derecho el aborto. A lo largo de la historia el hombre ha roto y tergiversado la ley natural; infortunadamente, el hombre no ha querido aprender de sus errores; es tan cínico que los repite. No hay una posición clara en el recinto del legislativo, hasta los pastores estamos callados: a todos nos invadió el miedo. Una minoría se está imponiendo ante una mayoría silenciosa y cobarde.