La historia de la humanidad tiene un capítulo aparte protagonizado por jóvenes que marcaron diferencia y dejaron legados a las futuras generaciones.
Esta población, tal y como lo plantean los evolucionistas, ha sido protagonista de las estructuras sociales, económicas y políticas que hoy se ubican en el contexto regional, nacional e internacional. Frank Fafka, uno de los escritores más grandes del siglo XX, cuenta que en China, la milenaria Dinastía Ming perduró gracias a la construcción de la Gran Muralla, en la cual se comprometieron varias generaciones.
En el mismo sentido, la conformación de los Estados-Nación en Europa, y el paso del sistema feudal al capitalismo, se dieron gracias a este mismo proceso natural.
Los múltiples esquemas políticos han llevado a concebir como mecanismo ideal la democracia, de la cual no cabe duda, es el resultado de más de 500 años de historia. Sobre este sistema se sustentan las bases de la libertad, principio natural del hombre.
En la modernidad, cualquier intento de consolidación de sociedades por fuera de la democracia es imposible, dado que en todas sus versiones, todas radicales, se violenta este derecho fundamental, en donde, por supuesto, están incluidos, desafortunadamente, niños y jóvenes.
Esto es desalentador, porque las políticas que hoy se tomen recaerán sobre la próxima generación de adolescentes, quienes serán los damnificados o beneficiados de las acciones y estrategias que se logren construir en este proceso.
Cuando se analiza con paciencia la literatura sobre el tema, es fácil hacer un balance de estereotipos que se mueven en el espectro de la ‘rebeldía’ y de la ‘esperanza’, ambos de corte romántico. Sin embargo, las ciencias sociales introducen caracterizaciones propias de cada disciplina que permiten ir más allá de miradas centradas en dinámicas físicas, biológicas y psicológicas que parecerían diferenciar con nitidez al niño del adolescente.
Frecuentemente se percibe al joven como sujeto de alta peligrosidad por su protagonismo en fenómenos de violencia y criminalidad. Esta situación es más relevante para aquellos que viven en situación de pobreza y que habitan en las zonas marginales de los centros urbanos. Es decir, se les ve y acusa como victimarios.
Es necesario que se potencie la visión de y sobre los jóvenes como «sujetos de derechos», en su doble significación de construcción de condiciones para el ejercicio pleno de la ciudadanía y del establecimiento de garantías sociales e institucionales para el respeto y cumplimiento de sus derechos fundamentales.
La falta de reconocimiento en el espacio público es tan intensa en los jóvenes populares, que padecen el silenciamiento y el desconocimiento sistemático de sus contribuciones culturales, afectando ámbitos como la relación entre géneros, el respeto al medio ambiente o la tolerancia hacia la diversidad, donde las nuevas generaciones muestran nítidos signos de transformación respecto de prejuicios y limitaciones de la sociedad adulta establecida.