La sociedad colombiana, está hastiada de los permanentes actos delincuenciales que se cometen a diario, y que en muchas ocasiones terminan en asesinatos de las víctimas. La situación está desesperante. Las secuelas de la pandemia, de las protestas, de la degradación de la situación personal y familiar han encontrado en el delito una fuente de aprovisionamiento que le pasa factura a la sociedad entera. Ya sea en un restaurante de lujo o en una carnicería, con delincuentes en moto o en bicicleta, lo cierto es que el deterioro de la seguridad ciudadana a nivel nacional es alarmante. Y lo más grave es la violencia y el homicidio que acompañan estas acciones, y que siguen al alza.
En el territorio huilense, se presenta igual situación. Inclusive la tasa de homicidios continúa al alza. Sin contar a Neiva, en lo corrido del año, en Pitalito se han presentado 36 homicidios, Algeciras 23, La Plata 14 y Campoalegre 12. Ciertamente, la cancha está desigual, y en el nuevo debate sobre cuál es la mejor estrategia para combatirlos surgen ideas como la militarización de calles o bajar al parrillero de la moto o multiplicar la seguridad privada. Todas son medidas que pretenden dar repuesta al desespero ciudadano. Inclusive, se están aumentando los casos de la justicia por cuenta propia. Lo anterior no es conveniente.
Aunque algunos sectores de la oposición que le apuestan al caos, la militarización de las principales ciudades del país empieza a coger fuerza entre la ciudadanía para contrarrestar esta nueva pandemia que tiene azotada a la sociedad en general: la inseguridad ciudadana. Si bien los serios problemas de inseguridad que afrontan los municipios, no se van a solucionar con más autoridades armadas en las calles; el problema de la desconfianza de los ciudadanos sí mejora con estos actos de presencia institucional.
Pero la percepción de ciudadanía es que en las ciudades están convertidas en un caos. Esto se debe, en particular, a que los hurtos y homicidios han aumentado en un alto grado de espectacularidad. En la memoria colectiva es imposible no sentir pánico después de ver a una persona herida por delincuentes en medio de un intento de robo, o con el recuerdo de observar a través de los medios de comunicación, el asesinato de miembros de la Fuerza Pública, cuando intentan detener el hurto de un bien o salir en defensa de los ciudadanos afectados.
Contra el hurto callejero, toda estrategia que se aplique podría quedar corta, pero un conjunto de medidas que arrojen resultados concretos reduciría la percepción de inseguridad en calles y barrios. Y eso ya sería una ganancia.