Nunca en la vida republicana de los Estados Unidos, se había presentado una asonada contra el templo de la democracia del país más poderoso del planeta. Miles de simpatizantes adeptos al presidente Donald Trump, irrumpieron violentamente en medio de las sesiones del Congreso, con el fin de evitar la ratificación del presidente electo Joe Biden, como el nuevo primer mandatario de los estadounidenses, que se posesionará el próximo 20 de enero. Con el mensaje fallido, millones de personas han comprado la idea de Trump del fraude electoral, que los ha convertido en unos borregos de la política, quienes están convencidos de negar la nueva realidad.
Estos hechos violentos son un atentado a la democracia norteamericana. Desde las elecciones presidenciales, Donald Trump, ha venido haciendo lo posible por manipular el resultado de las elecciones y desconocer al presidente electo, Joe Biden. Sus ataques a la democracia y su golpe de Estado fallido están sembrando divisiones profundas y peligrosas en los Estados Unidos, pero además con influencia global.
Afortunadamente, una vez conocidos los resultados del escrutinio de los votantes en el Estado de Georgia, provocó que los dos escaños que se disputaban, le correspondieron al Partido Demócrata, Con ello, les garantiza tener las mayorías en la Cámara y el Senado para el movimiento político del presidente electo Biden.
De nada han servido estas expresiones irracionales y salidas de tono de Donald Trump. En sesiones extras, el Congreso certificó el resultado enviado por el Colegio Electoral. No se puede echar por la borda la victoria del candidato demócrata, pero sí están enviando un mensaje muy dañino. Repiten hasta el cansancio que hubo fraude, que hay una conspiración, que se robaron las elecciones y que las registradurías de cada estado fueron compradas. A la fecha, no han aportado pruebas algunas que sean aceptables. Fueron derrotados más de 50 veces en las cortes, pero la realidad no les importa. Han ratificado el gran daño que le han hecho a la democracia del país del Tío Sam.
Hay que destacar la actitud y el aplomo asumido por Joe Biden, quien tomará posesión el próximo 20 de enero. La serenidad del presidente electo y su llamado a la responsabilidad institucional son un primer paso en la dirección correcta. Por increíble que parezca, el mundo amanece hoy con un sentimiento nunca experimentado en el traspaso del poder en la principal potencia: la incertidumbre.
La sociedad norteamericana debe empezar a sanar las heridas profundas generadas por una administración que ha gobernado a este país, a través de un virulento populismo, supremamente peligroso para la estabilización y la paz mundial.