El demonio de la depresión acosa al mundo. Antes de la pandemia ya había preocupación por el significativo aumento de trastornos emocionales en nuestros jóvenes, especialmente ansiedad y depresión. Este aislamiento social agudizó el problema.
Cada día más personas necesitan ser protegidas de ellas mismas, ya que muchas veces sus pensamientos se llenan de ideas crueles, desquiciadas y destructivas. Muchas, particularmente jóvenes y ancianos, empiezan a sentirse como persona rota, sin sentido y sin esperanza. Y van incubando la idea oscura de que necesitan morir, aunque siempre hay una resistencia, a veces leve, de seguir adelante y vencer ese pensamiento que perturba y agota.
En el país los instrumentos para eliminarse son de fácil acceso; parece que hay más armas que celulares; los somníferos, tranquilizantes y ansiolíticos son fáciles de conseguir. Y en últimas está el nuevo, y hasta ahora inútil, puente sobre el río Magdalena. Opciones propicias para la autodestrucción.
Muchos psicólogos sociales y clínicos buscan explicaciones racionales sobre el crecimiento del suicidio juvenil; y aunque hay una multicausalidad que parte de depresiones estructuralmente de origen biológico, algunos consideran que hay también problemas ambientales que propician esta situación.
El psicólogo Jonathan Haidt, profesor de la Universidad de Nueva York, plantea que la cultura de la ultraseguridad —donde la seguridad prevalece ante todo lo demás— nos está llevando a la insensatez de la sobreprotección. Los cuidadores ven el mundo lleno de riesgos de los que hay que proteger a niños y jóvenes.
La receta parece ser lo opuesto. Los niños y jóvenes necesitan estresores y desafíos para aprender a adaptarse y crecer. Los niños no deberían ser como una taza de porcelana que en la primera caída se destruye. Deberíamos formarlos como un vaso de plástico que resiste todos los embates. Dice el autor que los medios sobreprotectores que buscan la ultraseguridad vuelven a los niños personas frágiles, que no saben qué hacer cuando salen del paraguas protector. En síntesis, se trata de “preparar al niño para el camino y no el camino para el niño”.
Una segunda línea de explicación surge porque, a partir del 2011, creció de manera desproporcionada la ansiedad y la depresión en adolescentes. Y también crecieron inusitadamente los intentos de suicidio.
Algunos científicos, como la Dra. Twenge, han encontrado que una causa principal del aumento de los trastornos mentales en jóvenes está asociada al uso frecuente de smartphones y otros dispositivos electrónicos. Al parecer, menos de dos horas diarias no tienen efectos nocivos. Pero los adolescentes que pasan varias horas al día interactuando con pantallas presentan peores resultados en salud mental, especialmente ansiedad y depresión.
Existen otros estudios que por limitaciones de espacio no podemos ver aquí. Por ahora, el consejo sería menos sobreprotección y menos tiempo en el celular