Esta semana quiero continuar con la II parte de la crónica el pirata del libro, La Soledad del Cirujano:
Así pues, examiné y valoré al niño del servicio de pediatría. En ese momento pensé por qué carajos me tocaba a mí hacerlo, no tenía ganas de ver al niño porque sabía que eso me pondría muy sensible. Le comenté esto al oncólogo de pediatría, que había sido mi profesor en pregrado, y me dijo: si no es usted no hay quien lo haga. Además, algunos pediatras pensaban que el tumor estaba avanzado, que según las imágenes de resonancia de hacía dos días había compromiso intracerebral y que no había ningún motivo para realizar la cirugía que consistía en sacar el ojo, con todo el contenido de la órbita. Así que, revisé previamente la resonancia y coincidí con mi profesor que las imágenes no eran de persistencia tumoral, sino de edema secundario (inflamación) al tratamiento que el niño había recibido con quimioterapia.
Ingresé a la habitación, el niño estaba acompañado por su mamá, no había ningún signo de enfermedad o sufrimiento en su cuerpo fuera de que estaba calvo por la quimioterapia. Se encontraba riendo y jugando y con el ojo cubierto, le expliqué quién era y le dije que debía destaparle el ojo para examinarlo y saber qué tipo de tratamiento le haríamos. El niño estuvo muy tranquilo y quizás hicimos una conexión desde ese momento. Tenía el ojo derecho blanco y sin funcionalidad, el resto del examen físico era completamente normal. Me despedí de él y salí de la habitación para hablar con la mamá y contarle qué tipo de cirugía le practicaría y las posibles complicaciones. En sus ojos había tanta bondad y esperanza en que su hijo se salvara que sentí tan adentro de mi alma esa mirada que supe que ese momento había sido una bendición para mí, y que se traducía en poder ayudar a ese niño y a su madre. Le expliqué que tenía que extraerle todo el ojo porque no se podía preservar, ella me respondió que eso no le importaba con tal de que su hijo se salvara. Y pronunció una frase muy típica en ese contexto: “doctor, le encargo a mi hijo”, yo le respondí que lo iba a cuidar como si fuera mío. Esa frase después me martillaría la cabeza.
Continuamos la próxima semana