La hermosa democracia que pregonamos a todos los vientos, resulta muy frágil para los anárquicos que, aprovechándose de la misma, cometen toda clase de atropellos.
¡Oh democracia: cuántos pecados se ha cometido en tu nombre! Nuestra frágil e inmadura democracia lleva dos centurias centradas en dieciséis constituciones que nos han regido. Y, … nada que vivimos una verdadera democracia. Muchos son demócratas cuando están en la oposición, pero, en llegando al poder, se perpetúan en él, llegando a la más cruel tiranía. Vean esta afirmación tan diciente: “Es fácil ser comunista en un país libre; lo difícil es ser libre en un país comunista”. Los regímenes totalitarios no conocen la libertad: todo en función del partido, del régimen. Otros, aplicando en forma mezquina y egoísta la hermosa democracia, cometen toda clase de atropellos a la dignidad de los otros. ¡Ah, en nombre de la libertad, cuántos crímenes se han cometido! Las elecciones libres son la mejor expresión de la democracia; sin embargo, en nuestro país, el porcentaje de abstención es colosal. Entonces, ¿a quién representa un gobierno? Falta una verdadera educación para vivir en democracia. ¡Qué tristeza! Se abolió la clase de civismo, en mi caso, la asignatura Instituciones jurídicas, área académica que vi en sexto de bachillerato, hoy grado undécimo. En las instituciones educativas no hay tiempo para celebrar los días patrios; los otrora desfiles e izadas del pabellón nacional, es cosa del pasado y, además, es obsoleto hacerlo. Izar la bandera en los días patrios, en las viviendas familiares, ¡ni pensarlo! Países como Nueva Zelanda, Japón, Corea del Sur, Suiza, etc., el espíritu cívico reina por doquier: los lugares públicos brillan por la belleza y el aseo, el cuidado por las zonas públicas es digno de imitar. En Israel, por ejemplo, los jardines públicos son reflejo del civismo de sus gentes; el riego por goteo no tiene los vándalos que se roben las mangueras. Definitivamente hemos creado una cultura indómita: proclive al delito y a toda clase de infracciones. Aquí las cebras son invadidas por lo vehículos y por ahí no aparece un policía de tránsito, -claro, todos quieren ser primeros, no importa atropellar a los demás-. En buena hora, hubo un alcalde educador, Antanas Mockus, que, en este aspecto le hizo bien a la sociedad. En el colectivo social, el orden es signo de represión. Los anárquicos y los pillos quieren un gobierno débil que les permita cometer toda clase de fechorías. El imperio de la ley queda en la retórica. Aquí aparece el, ¡sálvese quien pueda! Tenemos una mentalidad de esclavos: tiene que estar el verdugo para que respetemos a los demás. Las normas de tránsito nos las pasamos por la faja de una manera olímpica. Lo más grave: no pasa nada. El desorden está a la orden del día. La policía es irrespetada y queda inerme ante el vandalismo: todos son derechos. Los llamados
derechos son el único axioma del colectivo cultural. Los libertinos imponen sus reglas y el ciudadano cumplidor de la ley queda inerme ante tanto caos. Cuando no se hace cumplir la ley, reina la ley del más fuerte.