Sin duda al igual que afirman varios expertos, incluso internacionales el éxito de Medellín las primeras décadas de este siglo estuvo jalonado por esa unión estrecha entre la universidad, las empresas y el Estado. Esto permitió construir una visión compartida de ciudad y planificar y ejecutar de manera articulada y exitosa las políticas públicas necesarias para lograr volver realidad esa visión. Sin embargo, el éxito que esto produjo en pocos años fue dejando en manos de muy pocos actores la definición de ese sueño de ciudad, y se fue formando una especie de monopolio de conversaciones.
Pareciera en la práctica que solo un grupo pequeño tenía la autoridad moral y técnica para participar en este tipo de conversaciones, dejando por fuera a quienes no hicieran parte o tuviera diferencia con las entidades que la conforman o alguno de las personas que las dirigen. Seguramente esto no ocurre con mala intención por parte de quienes dominan estos espacios, creo yo que es más por el temor a perder el control de la planificación de la ciudad. A pesar de la ausencia de malas intenciones las consecuencias que esto ha dejado para Medellín han sido muy graves.
Mientras escribo esta columna, la ciudad afronta quizás la peor crisis institucional y la mayor polarización entre sus ciudadanos de su historia. El alcalde Quintero Calle sin escrúpulos y además cada vez demostrando sus malas intenciones, ha destruido las causas del éxito de las últimas décadas. Sin duda, el mayor culpable es él, pero también es momento de hacer mea culpas. Haber dejado que las conversaciones se concentraran en un grupo reducido y limitado, con altas barreras de acceso, tuvo dos graves consecuencias: por un lado, impedir que otros participen y evadir escuchar hace que no logre visualizarle la realidad de la ciudad, quizás por esto no previeron lo que vivimos. Por otro lado, al dejar a tantas personas quizás con las mismas buenas intenciones por fuera de la construcción de ciudad, eso pudo haber generado cierto resentimiento que se convirtió en el caldo de cultivo perfecto para la elección de un populista como Daniel Quintero.
Hacer un mea culpa debe servir para entender que debemos acabar ese monopolio de conversaciones, y aprendiendo del éxito de este grupo de instituciones construir una nueva visión de ciudad. Solo integrando a todos los actores, no solo los excluidos de antaño, también los nuevos que se crean todos los días, ante la crisis que vivimos.
O ampliamos los actores que conversamos, o nos veremos condenados a tener gobiernos como el actual por varias décadas. A quienes construyeron la ciudad de hoy le debemos mucho y tendremos siempre un eterno agradecimiento, pero también es hora de un relevo generacional y de aprender que nunca se deben monopolizar las conversaciones.