Por el P. Toño Parra Segura
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Estamos en la época “neurolingüística” donde cada palabra y cada gesto repercuten en la profundidad del ser. Por no entender muchas veces los vocablos, los manejamos con ligereza. La palabra “vocación”, tema obligado de este Segundo Domingo Ordinario del Ciclo B, viene del latín, “Vocare” que significa llamar, como lo repite varias veces la palabra del Primer Libro de Samuel: “Si me llamaste, aquí me tienes”.
Cuando hablamos de vocación no se refiere solamente al llamado sacerdotal o religioso; todos estamos llamados a la vocación de la vida, que es la fundamental, no se llama sino a los seres vivos.
Ortega y Gasset escribió en su tiempo al definirse: “Yo soy yo y mis circunstancias”, o sea que el ser es lo esencial para la autonomía de las personas, y la adaptación al ambiente. Para todos, la primera vocación es la de la vida, sea creyente o no.
Ahora, estamos en la vida para hacer algo y el que no hace algo no llega a ser alguien, pues el actuar individualiza las personas.
La segunda vocación sería la de la fe, para el caso nuestro. Como don de Dios exige dinamismo, se da, pero se cultiva, se defiende y define la conciencia. Como somos libres, podemos creer o no creer y Dios nunca nos obliga a hacerlo. Está el sí condicional que pone Dios para seguirlo o no. En esta libertad está la grandeza del ser cristiano. Nadie puede vivir sin fe en algo o en alguien. Se nos haría la vida insoportable. Y la otra vocación sería a la elección del propio estado, célibe, casado, sacerdote, religiosa, médico, abogado, ama de casa, etc.
Para todo éxito se necesita tener vocación, y en este sentido cada uno es autónomo para conocerse, analizarse y elegir el estado y la profesión para la cual tiene disposiciones. El fracaso en la vida está en una mala elección dentro de uno mismo; cuando los otros nos imponen la vocación o cuando nos coge la vida como adultos-niños, seguramente que vamos a fracasar en el camino.
Desde luego necesitamos guías, programas, análisis del consciente y del inconsciente para saber elegir y darnos la respuesta acertada.
Jesús iba llamando por el camino y el programa era su vida, sin falsas promesas, sin amenazas, pero con sinceridad y compromiso. Cuando quieren seguirlo dice: “Vengan y vean” (Jn. 1, 3 – 9), no hay casa, no hay programas sofisticados. Si les parece bien, síganme.
Y con frases simples conquistó por lo menos a doce apóstoles a quienes después confió la organización de su mensaje.
El problema de hoy para todos es la falta de compromiso no solo en el campo espiritual sino en las relaciones humanas. No nos conocemos y queremos y pretendemos saber de todo; Dios nos libre de los “toderos”, porque seguramente nos van a defraudar. Nosotros no tenemos vocación para todo, pero cada uno puede ser especialista en algo y tendrá éxito en eso que elige y a lo cual se compromete. Jesús nos quiere libres para las respuestas, pero si se las hemos dado exige que las cumplamos con humildad y entusiasmo.
Llamados a la vida, respetémosla y defendámosla, llamados a la fe seamos testigos de aquello que ostentamos como símbolo de la creencia; y si el Señor nos ha llamado a una vocación especial, oigamos a Pablo que nos dice hoy: “El que se une al Señor se hace un solo espíritu con Él” (1 Cor. 6 – 15a). Revisemos la respuesta que le estamos dando a Dios en cada una de las vocaciones.