Durante la convención anual del partido popular español se abrió un debate claramente anacrónico y equivocado. Distinguidos voceros de ese partido salieron lanza en ristre a defender la colonización española. Y a criticar severamente al presidente de Méjico, López Obrador, por haber osado solicitar a España disculpas por los abusos cometidos contra los indígenas durante la conquista. Ni siquiera el Papa escapó a sus iras por haberse solidarizado con este reclamo histórico.
Tal vez la más airada fue la presidenta de la comunidad de Madrid, Diaz Ayuso, a quien no le tembló la voz para condenar el indigenismo de América latina como el “nuevo comunismo”. Aznar no se quedó atrás queriendo descalificar al presidente de Méjico con su humor destemplado. Y algo parecido dijo el presidente del PP el señor Casado.
¿Cuál fue el fundamento de estas iras? La defensa a ultranza de la colonización que nos trajo -según los ofuscados voceros del PP- la semilla vivificante del catolicismo, de la civilización europea y del castellano.
Pero es que nada de esto está hoy en discusión. Por eso se trata de un debate anacrónico. Como tampoco está en duda, pues está claramente probado por la historiografía moderna, que la colonización acarreó la extinción de cerca del 90% de la población indígena que habitaba en América cuando llegaron los españoles a finales del siglo XV.
Que hubo un efecto civilizador con la hispanización, claro que sí; que acarreó la más atroz matanza de indígenas de la historia contemporánea, también. Por eso el debate planteado por los encumbrados voceros del PP es anacrónico.
En el siglo XIX los partidos políticos colombianos alentaron también como una de sus diferencias el debate sobre la hispanidad. Algunos suscribieron con vehemencia la tesis de la “leyenda negra” de la colonización española que atizaron los luteranos de los países bajos endilgaban a Felipe II todos los males de estas tierras. Otros, como don Miguel Antonio Caro, defendían con ahínco todo lo que oliera a herencia española.
Ese fue un debate que tuvo alguna notoriedad en el siglo XIX, pero que hoy está superado: se reconoce que España nos dejó cosas valiosas pero que también su presencia en América estuvo manchada por abusos y atropellos terribles contra la vida y la dignidad de los pueblos indígenas.
Estamos viviendo tiempos nuevos y el análisis histórico debe acomodarse a ellos. Las antiguas potencias coloniales están sometidas hoy a un juicio implacable. Para no ir muy lejos: recientemente el presidente Macron pidió excusas públicas y solemnes por los atropellos cometidos por Francia en Ruanda, en la polinesia francesa y en Argelia. Y todos los partidos políticos franceses aceptaron esa rectificación histórica con humildad. En España no. Los populares se sintieron ofendidos por la solicitud de López Obrador y salieron como nuevos “Santiago matamoros” a defender la conquista de américa.
No se trata, pues, a estas alturas, ni de revivir la “leyenda negra” inventada por los luteranos de los países bajos en el siglo XVI, ni tampoco pretender que esa formidable empresa que fue la hispanidad estuvo exenta de pecados graves. Sobre todo, contra los pueblos originarios de América.
Y por si lo anterior no bastara, ahí quedan desde las colinas de la historia los testimonios irrefutables y tremendos de dos frailes dominicos ejemplares, Antón de Montesinos y Bartolomé de Las Casas, recordándonos que la conquista no fue tan inocente como lo afirmó el cónclave del PP en este debate anacrónico.