La palabra paradigma tiene el significado de ejemplo, modelo. Cada época cultural determina unos colectivos que establecen un código de conducta y se van estableciendo parámetros de la misma. Lo grave de este modelo es que se imponga pisoteando los mínimos morales y éticos so pretexto de “respetar” al que más “grita”. Hoy vivimos unas tiranías morales que se imponen incluso con la ley, arrasando el pasado, erigiéndose nuevas estatuas de oro a donde acuden por la novedad a rendir un culto, perdiéndose la libertad, apareciendo nuevas esclavitudes. La cultura de los derechos ha hecho carrera, hasta el punto de construir un nuevo becerro de oro en donde aparecen una cantidad de ilusos y por qué no decir, atrevidos, que sin criterio destruyen, como nuevos iconoclastas, los comportamientos del ayer: todo es obsoleto. Ahora no son los seres humanos los sujetos de derechos; las mascotas ya son “personas”; los ríos y los bosques son sujetos de derechos. ¡Qué ironía! Los niños en gestación no tienen ningún derecho. Asesinar a un niño es un derecho de la madre, ¡qué aberración!, -los animales hembras, no matan a sus críos-. Volvemos a un nuevo paganismo: se adoran los bosques, las aguas, las montañas. Estamos regresando a una sociedad totémica, cuya representación es un animal. Qué pena, aquí no hay evolución, hay involución. Los mal llamados derechos de los niños, les han quitado la patria potestad a los padres. Sus hijos no son suyos, son del Estado o del colectivo cultural reinante. El sexo no se elige, es un derecho de cada infante, -excúsenme, ¿cómo digo?, ¿niño o niña?-. Mañana usted va a salir desnudo por la calle y reclama con alevosía: “Es un derecho”, por favor, no me quiten el libre desarrollo de mi personalidad. Ahora los niños son manipulados y se les puede imponer un “hogar”. En el plan del Creador, todo niño debe nacer en un hogar; lo contrario va contra la ley natural. El hombre del próximo futuro pagará caro tanto atentado contra el plan de Dios. El hombre es la única criatura de la naturaleza que se opone al plan del Creador: es como si la escultura destruyese al escultor; la pintura al pintor; la vasija al alfarero. Toda la vida el hombre se ha erigido dios y siempre ha pagado las consecuencias, pero ¡qué duro es el hombre!: ¡qué terco y soberbio! No quiere entender que es una criatura. Excúsenme decirlo: yo pensé que el Covid-19 iba a volver al hombre más sencillo y abierto a Dios. ¡Qué ironía! Todo lo contrario, ahora encuentro al ser humano más soberbio. Este hombre post-Covid-19 no se postra ante nadie, se postra ante sí mismo, ante sus propios caprichos. Aplica el mito de Narciso que, viendo su propia belleza reflejada en el agua, se adora a sí mismo. ¡Ah, hombre! Eres más bestia que ángel, ¿quién te cambiará? Ni el coronavirus ha sido capaz de doblegarte. La historieta de la torre de Babel y el mito de Prometeo se repite. Sabe usted ¿a qué le tiene miedo el hombre? A la muerte y a la enfermedad. Estas realidades en algo pueden postrar al hombre.