Cuando se vive con intensidad los proyectos de vida y se conoce a plenitud la satisfacción de las realizaciones llevadas a cabo, en medio de la modorra o la indiferencia de otro o de los otros que concurren al ejercicio en el que cada quien asume su compromiso con la sociedad, aflora ese conflicto entre el deber cumplido y la convocatoria para que se asuma por las nuevas generaciones ese rol protagónico que tanto requerimos en la formación de una sociedad que deba estar en cambio permanente y que deba procurar siempre el bienestar integral de sus asociados.
Pero la realidad es otra, el mundo al que nos enfrentamos nos ha planteado, incluso en forma grosera conceptos y principios que desbordan la razón de ser y la fundamentación de sus palabras, ya que ese precepto de la solidaridad, ha llegado a ser vinculado con la bondad cristiana, con la generosidad del otro y con la participación económica mínima, para cobrar conciencia de que se ha ayudado o se ha contribuido en amainar las afujías del otro.
Evocando la formación social encontramos que el cooperativismo partió del trabajo comunitario, del emprendimiento y el compromiso del grupo que lo conforma, en una solidaridad plena, sin otra atadura que el bienestar colectivo, que el apoyo mutuo y que la distribución integral de sus frutos entre sus pares y más allá, para llegar y contagiar a los demás, en la proyección de la construcción del mundo que les rodea.
Hoy en día, el cooperativismo hace parte integral de las formas de economía que solo va y se ocupa de competir con el capitalismo, con el amasamiento de capitales y por allá, en forma muy precaria, hace sus aportes “solidarios” a campañas o actividades que beneficien a ciertos sectores personalizados y direccionados por quienes de la noche a la mañana, terminan siendo los grandes gestores y líderes de esos grupos, sin otro atributo más allá, que el del manejo sesgado del poder y la manipulación de los órganos que lo secundan, que lo eligen o que lo sustentan en ese alto sitial del poder.
Surge entonces la convocatoria en los aspectos culturales y sociales, a que retomemos la idea de la necesidad del acompañamiento y del apoyo integral a los procesos tanto sociales que se viven o se gestan a nuestro alrededor y que asumamos como nuestros los proyectos que realmente se correspondan con esos sueños o esas esperanzas que un día alcanzamos a tener en el otro y en los otros.
Desafortunadamente desde la institucionalidad, nuestra organización social, ha sabido distanciar a los individuos y segregarlos, sin aceptar y sin reconocer que en el fondo, procuramos y defendemos el individualismo y somos proteccionistas de los egos y de las pasarelas y que más allá de sus contenidos o de sus propuestas, solo está de por medio la vanidad o la sobrevivencia con un sueldo o con un “cuarto de hora” en el poder.
La conciencia social no se pierde, los seres humanos hemos sido alcanzados por esos modelos y esquemas que nos cercenan, nos laceran y quizá sin quererlo, nos hacen daño. Es todo aquello en lo que se termina por concebir la medida de la satisfacción o insatisfacción: que todo sea regalado, que nadie cuestione o que se sepa guardar silencio. Todo ello se recibe o se participa de las golosinas de ese pequeño elemento de satisfacción de los seres humanos que pueda llevarnos a la comprensión de la felicidad, como un argumento de la suma de las sonrisas que en forma transitoria, alcanzamos a lanzar en medio de las tristezas, la violencia o las angustias que vivimos. Acompañémonos que aún nos quedan algunas alegrías y momentos por compartir.