La “tecnología” mediante la cual las sociedades construyen las “verdades” se ha ido desvaneciendo. Esa diferencia clara entre los “hechos” y las “opiniones” se han ido borrando. Hoy cualquiera se siente con los recursos suficientes para desafiar un resultado de una investigación técnicamente bien hecha. Hoy cualquiera sostiene que es verdadera su opinión, e incluso tacha de mentiroso a quien lo contradiga, pese a no tener un sustento sólido para respaldarse. A continuación examino lo que ha ocurrido con nuestra capacidad colectiva para establecer verdades científicas o verdades argumentativas.
Las verdades científicas se sustentaban en la confianza colectiva en lo que hacían los investigadores, es decir, en el método científico, en la revisión de pares y en las prácticas de difusión de los hallazgos. No porque cada quien entendiera a fondo estos tres componentes, sino simplemente porque confiaba en “la ciencia” como un todo. Dos ejemplos dramáticos de la pérdida de credibilidad de la ciencia en partes de la población son las crecientes teorías conspirativas sobre los propósitos de las vacunas, y la negación del cambio climático.
Las verdades argumentativas surgían naturalmente de los debates. Era claro cuando un argumento era más fuerte que otro. Hoy nadie escucha los argumentos que desafían sus ideas, busca, simplemente, desacreditar al portador para sentirse tranquilo al desoírlo. Nadie acepta la superioridad de un argumento.
Las motivaciones de los otros se inferían por sus acciones. Hoy en cambio, se establecen según si comparten o no mi visión del mundo. Se clasifican los otros como malos o indeseables porque contradicen mis propias opiniones. Es claro que las redes sociales y la polarización política mucho tienen que ver en esta nueva configuración de la verdad.
La polarización llevó a que se acrecentaran las dificultades de empatía con los otros. Los individuos se han venido haciendo cada vez más tribales e intolerantes con las ideas disímiles. Ver al otro tal y como es, aceptarlo y respetarlo, hacer de él la mejor lectura posible parece imposible. Nos parece más fácil convertirlo en caricatura y poder desconocerlo. Como no se empatiza, se juzga al otro como diferente e indeseable, y en consecuencia se rechazan sus argumentos, aun sin oírlos, se desconfía de sus intenciones y se presupone mala fe o mala voluntad.
Las redes sociales permiten que esa percepción del otro, el juicio sobre sus argumentos, la desconfianza sobre sus motivaciones se transmita rápidamente. La polarización crea múltiples verdades y las redes sociales las contagian. En muchos sentidos, estamos frente a un virus de “múltiples verdades” (que por múltiples, son falsas) que tiene una rápida velocidad de contagio por las redes sociales. Es una pandemia.
No nos gusta la incomodidad de sentirnos equivocados, ni convivimos bien con asuntos que puedan estar en duda. Es una sociedad emotiva, movida por sentimientos o intuiciones más que por la razón, a la que no le gustan los grises sino las certidumbres y las categorizaciones fáciles. Hay una pérdida de confianza en la ciencia y la investigación. Hay suspicacia frente a todo lo que es ajeno. Y el juego de la polarización impide que podamos salirnos. Y esta polarización que se contagia, se pasa de unos a otros, sin que sea posible evitarlo. Por eso, la pregunta para muchas sociedades del mundo actual es cómo superar la polarización y no parece haber respuestas fáciles.
Un deber central de quienes estamos en política es hacer la mejor interpretación posible del otro y contribuir así a que podamos volver a tener verdaderos debates.