El mensaje del Evangelio de hoy nos exige fe, conversión, y seguimiento apostólico.
Del llamado a la vocación, lo comentábamos el domingo anterior, y en este tercer Domingo Ordinario el tema es el de la conversión. Como lo anotábamos también la comprensión de los términos que utilizamos es fundamental para la eficacia de los resultados en cada persona.
Qué entendemos por la palabra “conversión” y cuáles son las condiciones para lograrla?. En el lenguaje militar significa cambio de vista, de dirección, de postura y se obedece por la orden fuerte que da el que manda y para el buen resultado de todo el batallón; con uno que no cambie se daña la parada.
La palabra conversión en el campo de la fe, es también cambio de actitudes, de posturas y de mentalidad; es mucho más profundo: Es volverse frente a Dios para que Él dé las órdenes.
A veces nuestros cánticos religiosos son muy emotivos y de palabras muy bonitas, por ejemplo: “Yo tengo fe que todo cambiará… yo tengo fe, también mucha ilusión… será todo mejor… se callarán el odio y el rencor” pero que no me toquen a mí, porque siempre pensamos y queremos que los demás cambien.
“La disculpitis”, el “Yo no fui,” “el no tengo la culpa”, es el lenguaje mañoso para evadir responsabilidades y para no aceptar los propios defectos.
Sí, todo cambiará, pero si cambio Yo, de lo contrario, no me va a servir de nada.
Nos sentamos a esperar en una actitud farisea que el otro cambie, o esperamos que la Constitución lo ordene y que salga una ley nueva. Nuestro país es el que más cambia de ordenamientos jurídicos y ocupa los primeros puestos en corrupción, en violación de los derechos humanos, en violencia y en trampas para esquivar la ley.
San Pablo en la Primera Carta a los Corintios les exige que dejen las divisiones, que se pongan de acuerdo para que no pierda su eficacia la Cruz de Cristo.
También hoy Jesús en el Evangelio de Marcos nos repite lo mismo que todos los profetas, en especial del Bautista: “Vuelvan a Dios porque ya llega su Reino.
Deducimos entonces las condiciones para el cambio personal:
Primera: convencernos que somos pecadores, seres con defectos, frágiles y expuestos a caer, pues hasta “el justo cae 7 veces”.
Segunda: confiar en Dios por la fe, para que Él nos ayude a cambiar lo que nosotros no podemos. San Pablo, convertido de verdad decía “todo lo puedo en Aquel que me conforta” y de perseguidor, pasó a ser Apóstol de los Gentiles y en casi todas las Misas, escuchamos los consejos para el cambio.
Tercera: las huellas de un convertido son el mejor mensaje. Si no nos creen es porque no están viendo signos verdaderos de conversión. En el mundo pragmático en que vivimos todos exigen certezas y ya no convencen las simples palabras bonitas y sermones elocuentes, sino hechos y posturas de cambio. ¡Ojo! para que no nos pase lo que anuncia el salmo 11: “Muchos creen que la fuerza son sus labios, pero terminan siendo labios de engaño y lenguaje de corazones dobles”.