Independiente de la valoración que se haga sobre los resultados de las elecciones para integrar los consejos de juventud, es incontestable que su desarrollo constituye un logro institucional, con el que se cumple una ley estatutaria de 2013 y se avanza en abrir nuevos escenarios para que los jóvenes entre 14 y 18 años se expresen.
No obstante, la muy reducida participación electoral y las dificultades de convocatoria y organización para quienes quisieron hacer parte de ese proceso, nos invitan a reflexionar sobre lo ocurrido, aprender las lecciones e interpretar que en este caso, la calentura no está en las sábanas.
10% de electores de los más de 12 millones de jóvenes habilitados; más del 20% de votos nulos; 56% de los elegidos adscritos a partidos políticos; un costo fiscal de 200 mil millones; concentración de la votación en algunas zonas, son factores que demandan una deliberación pública sobre el tema.
Uno de los primeros aspectos por considerar es que la participación no se logra exclusivamente con mandatos regulatorios. Las buenas intenciones de la ley estatutaria deben acompañarse de actitudes y decisiones sociales que den apertura real a la presencia activa de la juventud.
Inclusión democrática es empleo formal para los jóvenes; por ello, todos los esfuerzos deben enfocarse en la preparación para su vida productiva y en estimular su inclusión económica. Una masiva estrategia de prácticas laborales juveniles y de formación laboral en la empresa se impone.
Más allá de contar con representación de jóvenes en consejos consultivos sobre las políticas que les atañen, se trata de implementar acciones para que puedan participar cotidianamente en la vida de la colectividad.
Desde estimular su presencia en organizaciones sociales, juntas de acción comunal y partidos políticos, hasta implementar una política pública que promueva la asociatividad creativa de la juventud. Medios de opinión como periódicos y redes juveniles, espacios de pensamiento y creación, emprendimientos productivos, son escenarios que es preciso abrir. La banda de Baranoa, en el Atlántico, es un excelente ejemplo de ello.
Ahora que se conforman listas de aspirantes al Congreso, ¿Cuántos cupos y cómo se seleccionan jóvenes que representen las propuestas de esta población? Es tiempo que en concejos, juntas administradoras locales y alcaldías, se logre una presencia significativa de las nuevas generaciones.
Quizá se entendió erróneamente que participación juvenil implica cubículo electoral, lo que hizo que la jornada aplicara el mismo formato de las elecciones tradicionales.
No será mejor que este tipo de elecciones se realice por medio del sistema educativo, en varias jornadas, de manera más libre y con esquemas de verificación diferentes. ¿Los puestos de votación no deberían ser las instituciones educativas, los centros deportivos y culturales? ¿No es acá en donde puede avanzarse en la implementación de votaciones electrónicas?
Democracia no es solo elecciones. En la sociedad de hoy, democracia participativa es democracia deliberativa. Ello supone reconocer y aplicar permanentemente el diálogo social para construir y ejecutar políticas públicas. De lo que se trata es de instaurar una nueva red social, la red de la democracia inclusiva, respetuosa de las diferencias y constructora de consensos.
En esta tarea, la juventud es esencial. Pero corresponde a la sociedad y a las instituciones cambiar el chip, de tal manera que se facilite el diálogo permanente, la interacción, la promoción de veedurías juveniles, la inclusión de la variable juventud en las acciones y estrategias públicas y privadas, y la mejor comunicación digital, para romper paradigmas y acortar la brecha entre generaciones.
Colombia ha avanzado en ello, pero los resultados electorales del 5 de diciembre nos alertan sobre el camino que falta.