Cada día es más impúdica la forma en que se manejan los círculos de poder para conformar listas y otorgar avales para acceder a cargos de elección popular. No resulta suficiente el tener pergaminos con probadas capacidades ni mucho menos el de tener el simple deseo de incursionar y servir; estamos abocados al tener que pertenecer a los círculos familiares, empresariales o de cualquier tipo de conveniencia de los directores o “dueños” de los partidos si queremos que nuestro nombre aparezca en un tarjetón.
Lo que han tenido que padecer algunos candidatos que anochecían en una lista y amanecían en otra es una muestra patética, estamos retrocediendo en la historia dos o tres siglos, donde un monarca designaba a dedo y a su libre conveniencia los gobernadores de los territorios conquistados. Pasados los siglos y después de haber logrado esta sociedad la abolición de la esclavitud, el derecho al voto de la mujer, el derecho a elegir y ser elegido, la elección popular de alcaldes y gobernadores, pareciera que estemos ante el ocaso de la democracia participativa y volviendo a la era del monarca al que se le besaba el anillo en señal de gratitud.
Llegar o mantener el poder se ha convertido en una obsesión donde prima el “todo vale”, se agotaron las identidades filosóficas ante los partidos, las que movía a nuestros ancestros para pertenecer a un partido y por el contrario las conveniencias hacen surgir en campaña alianzas entre unos y otros pasando por encima de principios y valores. Lo que importa es el poder a como dé lugar y en función de unos pocos.
Esta realidad no se de en el Huila únicamente, se extiende a lo largo y ancho del país y no solamente está presente en la política, el ansia de poder y su impudicia se presenta incluso desde las juntas directivas de los conjuntos residenciales, las asociaciones de padres de familia en los colegios, los gremios, las asociaciones y de cualquier estamento que maneje recursos y poder.
Estas prácticas asociadas a la búsqueda de poder denotan el grado de dependencia y de conformismo del común de la población. Han logrado arrodillarla, arrinconarla, mantenerla humillada y callada, amordazada, comprada con migajas que les comparten y que les permiten absurdamente salir a ufanarse de haber, al menos una vez, besado el anillo. La verdadera realidad es que estamos ante una sociedad sin educación, un pueblo educado no se dejaría tratar as´, por eso huilenses hoy más que ayer “El Camino es la Educación”