Para los creyentes católicos la llegada de la Navidad la entendemos como el nuevo nacimiento del Dios hecho hombre, para que a través de su encarnación redimiera y salvara a la humanidad, constituyendo por tanto el máximo acontecimiento de nuestra fe, porque allí se consolida la evidencia del dogma de la Santísima Trinidad.
La voluntad del Padre, la encarnación del Verbo en la humana existencia de Jesús, y la humilde aceptación de María; para que el Espíritu Santo hiciera posible que se cumpliera lo anunciado por los profetas según el pasaje bíblico “ El Verbo se hizo carne y habito entre nosotros ”.
Han transcurrido más de dos mil años y todavía sigue vigente la conmemoración de tan maravilloso acontecimiento. Navidad es la concreción del amor divino; es la abundancia de la paz; es la reconciliación y la trascendencia de la familia como epicentro de la cultura humana.
Para los tormentosos tiempos actuales en los que los valores cristianos siguen soportando los más duros cuestionamientos; en los que la humanidad agobiada y doliente ha querido convertir al dinero, el poder y la vanagloria en el nuevo Dios como centro de sus vidas; es necesario que los creyentes reafirmemos nuestra fe pero que, sobre todo, seamos testimonio que cautive y reafirme la omnipresencia del Dios creador del universo.
Descendiendo al plano material de la existencia humana, el signo de los tiempos está caracterizado por la confusión y la incertidumbre. La geopolítica, los intereses económicos de las grandes potencias, el consumismo desaforado de bienes y servicios, la globalización, los enfrentamientos raciales y religiosos, la creciente polarización ideológica auspiciada por los grandes medios de comunicación entre “ izquierda y derecha”, la cual se viene extendiendo a través de las redes sociales; constituyen, entre otros, elementos perturbadores de la paz global y vienen incrementando los nacionalismos excluyentes que tienen su origen en la falta de oportunidades de empleo y seguridad social para millones de migrantes.
En nuestro caso particular, los colombianos estamos abocados a rescatar la legitimidad del sistema político que sostiene la maltrecha democracia, combatiendo con energía la aberrante corrupción que ha penetrado todos los niveles sociales e institucionales.
En éste complejo escenario, nos aprestamos a enfrentar nuevos debates electorales que se visualizan plagados de confrontación, de una ficticia polarización ideológica entre izquierda y derecha, de una dirigencia política que con contadas excepciones no merece respaldo alguno pues no solamente acabaron con su propio menguado prestigio sino también con el de los partidos tradicionales que tanto han usufructuado.
El reto es sencillo pero trascendente. Frente a tales expectativas es indispensable que cada ciudadano aprovechemos estos días de serena reflexión espiritual, para discernir sobre la urgente necesidad de rescatar los valores y principios que nos permitieron formarnos como auténticos cristianos, comprometidos con los postulados sociales de justicia, libertad, bienestar colectivo, seguridad y paz.
Feliz navidad y un abrazo fraterno para los amables lectores.
