Se llenan páginas de toda índole sobre la institución “familia”; algunos y entre ellos nosotros los cristianos la colocamos como origen de la sociedad y como fuente de vida, de amor y de respeto a la persona humana; otros en cambio la materializan, la modernizan en tal forma que ya hasta en la relación de pareja se han cambiado los objetivos y fines de la convivencia.
Después de las alegrías y esperanzas navideñas, nuestra liturgia nos presenta a la Sagrada Familia como modelo, desde luego, inalcanzable de perfección y de amor.
Es tan grande y trascendente el oficio de la familia en el mundo que Jesús al encarnarse quiso someterse al espacio de una familia humilde, pura y santa.
Hubiera podido realizar la obra de la redención de cualquier otra forma, pero al escoger un hogar no quiso improvisar nada que no tuviera que ver con la gran familia de Dios que Él venía a instaurar.
Ojalá los hijos volvamos a leer las páginas del Eclesiástico en donde se intercalan los deberes y premios para el que es buen hijo. Reconocer la autoridad, respetar a los padres, honrarlos, protegerlos y ser agradecidos con ellos nos traerá felicidad, larga vida, protección y bendición de Dios. Todo eso lo aprendimos en los catecismos, pero se nos olvidó traducir esa teoría en experiencia de amor. Desolador resulta hoy en general el cuadro familiar y sin ser pesimista añoramos la familia antigua con poca educación informal, pero recia en la coherencia de vida.
El reflector lo dirigimos hoy a la familia de José, María y Jesús, colocada a la inversa en orden de grandeza, pero dirigida en lo humano a la verdadera organización familiar.
La actitud de cumplir la ley los llevaba a los tres personajes a asistir a la Pascua en el templo de Jerusalén; desde los 12 años los infantes debían ir con sus padres; ahí los tenemos en obediencia a la ley judía.
Pero esa obediencia tradicional no lo llevaba a Jesús a perder su autonomía como Hijo de Dios. Después dirá en su predicación que hay que “obedecer a Dios antes que a los hombres”. Esa es la respuesta que les da a sus padres: Porqué me buscabais?. Curioso que un niño de doce años ya tenga clara la voluntad de su Padre y con decisión tome la opción de quedarse en el templo a escondidas de José y de María. En este caso su comportamiento es lógico y en nada significa menosprecio a la autoridad de sus padres terrenos. Hoy, dónde se extravían los hijos?, en el templo?. Pueden los padres saber por qué no están con ellos.
El signo de su misión es tan claro y desde luego la formación recibida en Nazareth que inmediatamente vuelve con ellos y allí les obedeció hasta que llegó la hora de dejarlos de nuevo para ir a anunciar el reino de su Padre.
Los hijos deben tomar decisiones según la formación que tengan. Si no han recibido amor, diálogo, comprensión y respeto no tomarán el camino del templo sino el de selva, el de droga y el de los falsos amigos. Allí ya es difícil buscarlos y rescatarlos para que vuelvan al hogar. Volvamos los ojos hoy a Nazareth donde la humildad, el amor y la paz son los valores que tenemos que rescatar para la familia cristiana. Allí el más importante es Jesús, que quiso crecer en edad y en sabiduría, para darnos ejemplo de convivencia y de obediencia a Dios, y a los padres.
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Feliz Año para el Diario del Huila y los queridos lectores de esta página dominical y que el Señor los llene de bendiciones para el Nuevo Año.
