Ad portas de una elección presidencial y una renovación del Congreso, el año que se nos vino encima está colmado de modalidades de pandemia, de inseguridad y de corrupción, que ni lo uno ni lo otro podrán direccionarse en forma positiva, teniendo en cuenta la ausencia total de solidaridad y especialmente ese espectro de desconocimiento del otro, del abuso del otro y sobre todo de querer imponer a cada momento y a cada instante, nuestra voluntad sobre las fuerzas propias de la naturaleza y el acaso del destino.
Alguien en un trino que me causó mucha gracia y es fruto de la mentalidad frustrante que acompaña a muchos colombianos, como si se pudiera vivir en ínsulas decía: “y mi propósito para el 2022, desde ya, es no tener que pedirles nada”.
Así es la vida, esa es la respuesta que a cada rato encontramos en esta diatriba de la existencia, cuando vamos buscando formas de encausarnos por el tema de saber que unos y otros, nos apoyamos, nos acompañamos y tenemos formas de compartir ideas y pensamientos que nos unen y que nos distancian, y en la política de la existencia, como política de vida, nos unimos entonces a la voz del Papa Benedicto XVI, cuando afirma que “No se puede negar que las filosofías positivas contienen importantes elementos de verdad. Pero esos elementos están fundados en una auto limitación de la razón específica de una determinada coyuntura cultural -la del Occidente moderno- que, en cuanto tal, no puede ser la última palabra de la razón.”
Entendiendo entonces que todas las filosofías parten de la racionalidad y tienen un asomo de verdad, verdad que no es absoluta, pero que se direcciona según cada teoría, porque se fundamentan en elementos racionales, pero que más allá de esa posibilidad de complementarse con la libertad es cuando tenemos que entender que “El hombre no debe creer que es una realidad distinta de los demás seres vivos, por que deberá recibir el mismo trato.” A decir del ya citado Papa emérito.
Por lo tanto, entendiendo que hacemos parte de una realidad social, una realidad humana, donde la verdad es tan dispar una de otra y la concepción de belleza nos llevan a estimar que todos estos elementos: realidad, verdad y belleza, son conceptos disímiles que nos aproximan y nos alejan unos de otros, es cuando nos debemos enfrentar para saber que cada día que pasa, casa semana que llega, cada mes que vivimos y cada año que se suma, en todos los seres humanos, son fruto de una experiencia y de un doloroso desengaño que no podemos anticipar, que no sabemos valorar y que es necesario que todo se vislumbre para entender que debemos comprometernos por sacar adelante nuestros proyectos de vida, nuestra identidad y nuestra racionalidad hacia la construcción de elementos primarios de solidaridad, confraternidad y acercamiento para la reconciliación, para la convivencia y para hacer de nuestras vidas un mejor estar, un mejor camino hacia la reconstrucción del hombre vapuleado por los odios, por los rencores y por las formas de violencia que se han ido decantando en cada uno de nosotros, quizá sin quererlo, pero que se reafirma en nuestra forma de ser, en nuestro querer imponer nuestra voluntad, sobre todas las fuerzas del otro, desconociendo los conflictos y las realidades subjetivas de cada quien en su lucha por la subsistencia y que se define como verdad o como belleza.
Por tanto, desde esta columna y como un mensaje de fin de año y un anticipo para el próximo, dejamos en el aire la convocatoria a que hagamos una búsqueda desde una perspectiva que nos acerque y que nos permita entender la lógica más acertada y plausible en nuestro papel dentro de la sociedad, que vivamos en forma más confortable nuestra precaria existencia, con elementos positivos y hacia la valoración del otro y de los otros y que el 2022, no sea el año de la esperanza, sino el año de la reconstrucción moral, ética y ciudadana.