Nuestra frágil democracia nos convoca de nuevo a ejercer de manera libre y autónoma el sagrado derecho a elegir. En marzo escogeremos a los nuevos congresistas, al tiempo que señalaremos a quienes habrán de ser los voceros de las tres coaliciones que disputarán el derecho obtener el cupo para disputar la primera vuelta en mayo y buscar la presidencia en la segunda vuelta en junio.
La dinámica de la política electoral tiene ahora un nuevo jugador presidencial que según indican los sondeos de opinión, podría ser decisivo para definir la segunda vuelta, dado que el panorama hasta ahora visible, indica que en ella se enfrentarán las coaliciones de Petro y la del llamado Equipo Colombia, marcadas como los dos extremos de la polarización ideológica entre izquierda y derecha.
Me refiero a Rodolfo Hernández, el-exalcalde Bucaramanga quien como auténtico candidato alternativo, viene recogiendo las simpatías y apoyos de los ciudadanos que, cansados de la corrupción política y administrativa, rechazan a los políticos tradicionales y a los que ofrecen demagogia populista al estilo de Chávez, Maduro, Ortega, Castillo y Borik, recientemente elegido presidente de Chile.
Desde luego en el debate presidencial de las dos vueltas de mayo y junio jugarán diversos factores más allá de los estrictamente partidistas, pues es evidente el desgaste de las maquinarias clientelistas que seguramente serán importantes en marzo, pero que para la decisión presidencial serán desbordadas por el voto reflexivo y de opinión; donde la trayectoria, carisma y propuestas de los aspirantes serán el factor determinante para conquistar a los electores.
Volviendo al tema electoral de marzo, la elección de vislumbra impredecible por la coyuntura económica; los rezagos de la pandemia; el desgaste de los partidos; el hastío de los ciudadanos con la corrupción en todos los niveles del Estado; y el evidente desgano que se percibe frente a la pésima imagen del Congreso y de los congresistas actuales, muchos de los cuales buscan reelegirse de manera directa o transfiriendo la curul a sus hijos o parientes cercanos.
La historia política nos enseña que el clientelismo tradicional de los partidos, causante principal de los altos índices de la corrupción y de la acumulación de privilegios y canonjías; son el principal soporte de muchos de los candidatos al Congreso; apalancados además en cuantiosos recursos económicos muchos de ellos obtenidos a través de la contratación estatal y algunos otros, por desgracia, provenientes del rampante narcotráfico que ha inundado la economía del país. Desde luego hay honrosas excepciones que el elector habrá de distinguir.
En este panorama, la elección de marzo nos está permitiendo observar la disyuntiva entre maquinaria clientelista y el voto de opinión. Ya vemos a los actuales congresistas arreciando en sus promesas incumplidas de siempre; conquistando apoyos con ofrecimientos de importantes recursos económicos que son directamente proporcionales a la calidad del líder, jefe o dirigente; así como a su desgaste político personal y del partido que lo avala.
En conclusión, si bien es cierto no debemos dejar morir nuestra frágil democracia, es indispensable escoger a los mejores que sustenten sus candidaturas en sus trayectorias personales, su compromiso con la región que van a representar y especialmente en su transparencia ética y moral en el manejo de los recursos públicos. En una palabra, más opinión que clientelismo.