La vida tiene poco valor, si no está al servicio de valores permanentes. Jesús nos estimula a poner la vida al servicio de esos valores. Son los valores del espíritu, el Reino de Dios y su justicia, que es al mismo tiempo la causa y el destino del hombre. Cuando se excluye la justicia de Dios, la tierra se convierte en el reino de la injusticia, de las divisiones, de las rivalidades, de las ambiciones y de los conflictos.
Aceptar a Dios es al mismo tiempo un fardo y un consuelo. Primero se siente el peso de las exigencias y prohibiciones; el consuelo nos llega más tarde cuando en Él encontramos realmente la respuesta a todos los problemas de nuestra existencia.
El Evangelio nos enseña a “dar prioridad a la ética sobre la técnica, a la persona sobre las cosas, al espíritu sobre la materia” (Juan pablo II). Tenemos que buscar más el desarrollo y la plenitud de la persona que la multiplicación de las cosas.
En su lenguaje sencillo Jesús enseña a sus discípulos, y todos lo somos, que en la vida normal no se puede servir a dos señores: “a Dios y al dinero”. El único Señor, dueño de la vida y de las cosas es Dios, todo lo demás es un medio, que el mismo Dios ha puesto para que el hombre lo disfrute y le sirva para obtener el fin. Con frases tan simples nos está diciendo: “la vida vale más que el alimento, y el cuerpo vale más que el vestido”.
En la simplicidad de dos comparaciones con los lirios del campo y las aves, Jesús con elocuencia admirable le dice a sus discípulos que no se angustien, ni se afanen por las cosas materiales, sino por el Reino de Dios y su justicia.
Y nos dejó ese programa tan simple e importante: “cada día trae su propio afán”.
Qué admirable forma de predicar y de anunciar su Reino, sin discursos altisonantes ni comparaciones odiosas, sino con la simplicidad del Único que es la Verdad y la Vida.
Ojalá no nos alejemos nosotros los presbíteros de esa forma de presentar el Reino de Dios que es su Iglesia, como una providencia amorosa de Dios, sin amenazas de muerte y de un infierno. Afortunadamente Dios no necesita de lista de necesidades para mostrarnos su Providencia, que es amor.
Qué frase más simple y más profunda: “No se preocupen por el mañana… pues a cada día le bastan sus problemas”.
Tanto el que tiene mucha fortuna, como el que carece de ella pueden ser esclavizados o por la ambición o por la envidia, ambos elementos que hay que combatir con energía.
Las comparaciones simples que el Señor coloca a sus discípulos para poder seguirlo, las aves que no siembran y los lirios que no abonan, deben servirnos para que su providencia no sea un simple tema de predicación, sino el aliciente más poderoso de confianza en Él.
“Cada día tiene su propio afán”, qué frase más simple y significativa para evitar las preocupaciones y las angustias que no han llegado.
Busquemos, entonces, con afán el “Reino de Dios y su justicia” evitemos el querer quitarle a Dios su puesto en nuestras palabras y actividades, y vivamos hoy las palabras del salmista: “Descansa sólo en Dios alma mía, porque Él es mi esperanza, mi roca y mi salvación”.
