La democracia es el único sistema político que garantiza la vigencia y el respeto por los derechos fundamentales de los ciudadanos y promueve valores esenciales para la sana convivencia social y para estimular el bienestar personal y colectivo.
Por el contrario, un sistema socialista o claramente comunista como el que estamos viendo desde hace 20 o más años en Cuba, Nicaragua y Venezuela; el cual están replicando recientemente en Perú y Chile; utilizan el sistema democrático para luego atornillarse en el poder, desde el cual consolidan regímenes dictatoriales y tiránicos que destruyen esos valores esenciales y la capacidad productiva de sus ciudadanos.
Tales regímenes, por el prolongado abuso del poder, originan las migraciones de sus habitantes hacia otros países buscando esas oportunidades que en su propio país les son negadas. Colombia ha padecido este drama en los últimos años con cerca de 2 millones de venezolanos que han venido a regalar su fuerza de trabajo a cambio de techo y comida; recorriendo pueblos y ciudades en condiciones infrahumanas, pidiendo limosna en los semáforos y algunos de ellos delinquiendo para no dejar morir de hambre a sus seres queridos.
El contraste es evidente entre la democracia y ese otro modelo claramente demagógico y populista. Tenemos muchas dificultades por resolver, pero tenemos libertades y un sistema que nos garantiza los derechos fundamentales. Los colombianos sensatos estamos abocados a vivir esas desgracias si no abrimos los ojos en estas próximas elecciones del 13 de marzo y en las siguientes de mayo y junio.
El expresidente Uribe lo advirtió desde hace bastante tiempo cuando afirmó sin rodeos “ojo con el 2022” y por ello, sus adversarios y enemigos políticos la han tachado de paramilitar y asesino de falsos positivos, de corrupto y autoritario; estribillos que le gritan con rencor y odio en las calles; debido a su coraje en defender esos valores democráticos.
Su lucha patriótica y visionaria merece ahora, una vez más, el respaldo popular en las urnas para enfrentar, en democracia, esa amenaza que ahora, empoderada desde Rusia, China e Irán; son los nuevos sostenedores del régimen dictatorial de Maduro en Venezuela.
La coyuntura política y electoral que hoy se palpa en todos los ambientes es de incertidumbre; debido a las consecuencias sociales y económicas derivadas de la pandemia; a los efectos que pueda generar en la paz mundial la invasión rusa a Ucrania y a la evidente polarización política entre las propuestas populistas del Pacto Histórico de Petro y las otras dos coaliciones que habrán de definir sus candidatos presidenciales para la primera vuelta.
Lo que se observa con cierta claridad es que, a pesar de las publicitadas manifestaciones en plaza pública de Petro, en las encuestas no ha logrado superar el 30% de intención de voto; no obstante que viene en campaña desde hace 4 años y aún no se conocen quienes serán sus contendores, decisión que tomaremos los colombianos el próximo domingo 13, al tiempo que definiremos la composición del nuevo congreso.
Las consultas interpartidistas constituyen una inédita primera, de tres vueltas presidenciales que al ser simultánea con la elección congresional, permite presumir que los colombianos ratificaremos nuestra vocación por la democracia y las libertades, rechazando esos extremismos de izquierda radical ajenos a nuestra idiosincrasia cultural y política.
Llegada la hora de las definiciones, con respeto por mis amables lectores debo anunciar que, en mi conocida condición de conservador uribista; votaré e invitaré a votar para el senado por el candidato único regional del uribismo, ALVARO HERNAN PRADA, quien tiene los méritos personales y políticos para aspirar a dicha dignidad. Su muy segura elección, le permitirá mantener la curul que por ocho años ostentó ERNESTO MACÍAS, quien finaliza su ciclo con más pena que gloria y con la mezquindad que le es característica, al negarle su apoyo a Prada promoviendo una candidata que no es huilense ni tiene ningún vínculo importante con la región. Al parecer, tanto la Cruz de Boyacá como la presidencia del Senado le hicieron creer que era irreemplazable.