Por: + Froilán, obispo de Neiva
En donde no impera la ley, impera la ley del más fuerte. Nuestra cultura es anárquica expresada en aquel aforismo popular: hecha la ley, hecha la trampa. A los niños se les enseña la manera de evadir la ley, -esto se cree como una hazaña-. ¡qué horror! Una autoridad flexible y laxa, permite esta clase de especímenes. Si hay alguien indisciplinado es el latino, como que quedó en el colectivo cultural aquello de la antigua Roma: “Pan y circo”; expresado en criollo: “No importa que la plata se gaste, lo que importa es el indio se divierta”. El vecino pone música a todo volumen y peor aún, con su asqueroso gusto musical y, ¿quién lo controla? Diga usted algo y resulta malherido física o síquicamente. Aquí no hay gobierno, aquí manda el más fuerte. Este es un país desbaratado, el cumplimiento de la ley está “para los de ruana”, -como dicen en mi tierra boyacense-. En movilidad es un desastre: no se respetan los semáforos, se estaciona sobre los andenes, paran en todos los costados generando un caos y, ¿dónde están los policías de tránsito? Pero con todo y policías de tránsito, cada quien busca evadir la norma y ser el primero en todo. Hay tanto descaro que se hace alarde de lograr evadir la norma. ¡Qué horror, hasta se alaba al pillo! La autoridad que quiera hacer cumplir la norma, viene la Corte Constitucional y la desautoriza. La Carta dice que el espacio público debe ser respetado. ¿Los alcaldes lo pueden exigir? Vaya usted como gobernante, aplique la ley, ¿no va a parar en la cárcel? El Código de Policía resulta inocuo y la cultura ciudadana sigue por el piso. El respetar los derechos ha echado al traste el cumplimiento de los deberes. ¿Quién reforma la Carta? En los países marcados por el comunismo, la ley se cumple por encima de todo, -adiós libertades-, sí, pero ¿a precio de qué? Por favor, apliquemos las palabras de nuestro escudo nacional: LIBERTAD Y ORDEN. El inflado discurso sobre los derechos, cada día sepulta más los deberes. Un país como Japón es modelo del cumplimiento de los deberes y, obviamente en el cumplimiento de los mismos van intrínsecos los derechos. Aquí el discurso de los derechos ha resultado la cultura del más fuerte, éste sí tiene derecho. Por ejemplo, matar a los niños es un derecho. Entonces, ¿dónde están los derechos de los niños? Usted tiene derecho a llevar sus mascotas, -ya se habla del derecho de las mascotas-, ¿por qué no cumple con el deber de respetar a los demás? ¡Ah, la ley del embudo! Lo ancho para usted y lo angosto para mí, buen juego, ¿verdad? La cultura ciudadana es retórica electoral. En este contexto de irrespeto a los otros y la defensa de los derechos, el indefenso queda absolutamente desprotegido. El Estado que debe ser garante de justicia, protege a los que más gritan. En verdadera justicia, privilegios para ninguno, todos somos iguales ante la ley, -claro, una ley que sea injusta debe ser derogada o ajustada a la realidad social-. Donde hay injusticia, allí no está Dios.