Por: Carlos Tobar
En el momento de escribir esta nota se están completando 12 horas de una llovizna pertinaz. Me asomo a la ventana y veo un cielo plomizo, cerrado que acoquina. No provoca si no estar bajo las cobijas y perecear.
Los que podemos hacerlo, como es mi caso. Pero la mayoría ciudadana que debe ir a sus trabajos, “llueva, truene o relampaguee”, está sometida a las inclemencias de este clima agobiador.
Preocupa que muchos cuyo trabajo se realiza a la intemperie tengan que hacerlo no solo en actividades informales de baja remuneración, sino en condiciones tan difíciles. Pero, no solo es la vida de trabajo. Sus sitios de residencia, en el caso de Neiva, están ubicados en asentamientos informales, con construcciones precarias, arrinconados por las goteras, sin los servicios públicos adecuados y, lo peor en zonas de alto riesgo que ponen en peligro la vida e integridad de sus habitantes.
Por estos días las noticias nacionales traen a diario desastres naturales en zonas urbanas y rurales donde quebradas de bajo caudal se vuelven con las lluvias torrenciales aluviones mortales que siegan vidas y arrasan con bienes y enseres.
En estos desastres se cuentan por decenas los muertos y por millares los damnificados. Es una seguidilla interminable día a día. Lo peor, es que finalmente alimentarán las frías estadísticas oficiales, sin que nunca el estado les ayude de verdad a reparar los daños. Sus pérdidas serán totales y, tendrán nuevamente que empezar de cero.
La indolencia y la incapacidad de los gobierno a todos los niveles es la constante. Aunque en honor a la verdad hay que decir que a nivel local, los recursos escasean hasta la desesperación. Mientras tanto, a nivel nacional, la gran burocracia se escuda en programas asistenciales taparrabos dejando que el tiempo silencie los reclamos de los desastrados.
Así son los territorios donde habitamos. Áreas frágiles que fueron ocupadas por gentes míseras, sin ningún conocimiento de los ecosistemas y sus riesgos que, ante modificaciones del clima como este invierno inclemente, son barridas de sus “propiedades” por las implacables consecuencias del calentamiento global.
Aquí no hay planes ni de mitigación ni menos de adaptación a unas condiciones ambientales que amenazan con barrerlo todo.
Las crisis graves de las sociedades exigen dirigentes de verdad. No solo con conocimientos suficientes y necesarios sobre como sortear las dificultades, sino con la enjundia para afrontarlas. Con esos papanatas que nos gobiernan cuya única habilidad es la capacidad de levantar votos, “no vamos a ningún Pereira”.