Por: Gerardo Aldana García
Oreo es un perrito blanco con una bella franja negra dibujada alrededor de su cuello. El cariñoso can había encantado a sus amos, tanto por su ternura y espíritu juguetón como por la confianza que animaba en los dueños de casa que solían dejar bajo su cuidado a diez pollitos, matizados en colores variopintos, todos hijos de varias gallinas del solar y del enhiesto gallo, que a esa hora cuidaba, en la altura de un árbol, a sus plumíferas y abnegadas esposas. Aquella noche, cuando regresaron a casa, vieron con asombro el corralito vacío y, a Oreo a uno metros del asolado pollero, con una panza tan grande que apenas podía mover su cola para saludar. El destierro fue el castigo del perro voraz, mentiroso y traidor.
Este minicuento resulta del todo a fin con lo que suele suceder con asombrosa frecuencia en toda suerte de entidades públicas y de forma muy es especial en gobernaciones y alcaldías. Los candidatos a primera autoridad encantan en campaña a crédulos ciudadanos que, bien sea por la fe en un discurso o por una mísera dádiva, otorgan el poder a quien será su representante y benefactor. Le dejan su casa, la casa de todos, es decir la localidad o la región, para que el alcalde o gobernador desarrolle, haga crecer el territorio y a sus conciudadanos. Pero una vez a solas, en la intimidad que luego será noticia en todos los medios, el funcionario ordenador del gasto, junto a compinches en la sombra, se empalaga con el poder en sus manos y hace y deshace del presupuesto, la mayoría de veces tomando cautela a la hora de apropiarse impunemente del recurso público para su bien y el de terceros, o como sucede, al decir de la Fiscalía, estaría sucediendo en el actual gobierno de la ciudad de Neiva, actuando con la mayor torpeza y desfachatez para embolsillarse los sueños de todos.
Al igual que le ocurrió a Oreo, hay mandatarios que no tienen límite a la hora de robar; se olvidan de la fe pública endosada en sus manos y se vuelven locos en una ensoñación por volverse ricos de la noche a la mañana. No les basta con obtener millonarias coimas por concesiones de servicios públicos entregadas a veinte o treinta años; no, es necesario pedir comisión hasta por el contrato de comida para los niños en hogares de bienestar y escuelas de los estratos más bajos. No hay bien o servicio en la compra pública que escape a su retén económico antes de estampar la firma autorizada. Y, ¿qué les cabe a estos delincuentes que traicionan la confianza del ciudadano, que depauperan el hogar, la hacienda que les fue entregada? Como a Oreo, el destierro a una cárcel que en algunos casos sigue siendo su propia vivienda o, en otros, una fría prisión, entre maleantes de todo tipo de crímenes, en donde despiertan de ese sueño de riqueza mal habida, viendo muchas veces, cómo el Estado echa mano a sus falsas pertenencias, dejándolos ahora, en algunos casos, solos y desposeídos, como ellos dejaron a sus paisanos.