Álvaro Hernando Cardona González
En una columna que se publicó el pasado 27 de febrero de 2021 (titulada “Estábamos advertidos”), pronosticamos que se acerca el día en que Colombia añorará las amplias libertades que hoy imperan. Por presuntamente buscar solucionar los grandes problemas de politiquería, corrupción, injusticia jurídica y social, y violencia, que nos han aquejado desde hace tiempo, escogimos congresistas y escogeremos presidente, que traerán mayores desgracias.
Lo que está sucediendo en la política electoral surge porque nos acostumbramos, como hemos dicho tantas veces en este espacio, a negociar lo innegociable: la ética, transamos los principios humanos elementales, negociamos las ciencias sociales (el Derecho), negociamos la educación, y especialmente negociamos los delitos y sus penas (además los premiamos, como pocas veces en la historia desde el siglo XX. “De paso menoscabamos al Estado, el “contrato social”, la búsqueda de la felicidad y el derecho a la paz auténtica”. “Negociamos lo innegociable. Y seremos, como tantos ejemplos en la historia, capturados por quienes creímos que aplacarían sus furias si negociábamos con ellos”.
En el artículo de marras, mencionamos como ejemplos históricos que repetimos absurdamente. El Tratado de Fontainebleau de 1807 y el Tratado de no Agresión entre Alemania y la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas, conocido como el Pacto Ribbentrop-Mólotov, suscrito entre la Alemania nazi y la Unión Soviética de 1939.
Pronosticábamos que con quienes hemos transado y claudicado los más caros valores humanos, nos iban a gobernar.
No dudamos un ápice en afirmar que, cuando los delincuentes se hagan totalmente al poder, quienes fueron sus áulicos, serán recompensados con males. Se aplicará, más temprano que tarde, el viejo adagio de que “mal paga el diablo a quien bien le sirve”.
Recordemos que la justicia imparcial, objetiva (la que no mira al delincuente sino su delito y el daño social que causa), pronta y eficaz; la libertad de comunicación y de prensa; la libertad de asociación y económica; el equilibrio entre deberes y derechos; el respeto, a secas, sin diferenciaciones; y la igualdad que se asquea con las diferenciaciones así parezca un pleonasmo; son los pilares de las auténticas democracias modernas.
La esperanza que nos queda es que contra las tiranías, que sólo delincuentes imponen, los pueblos hallan la unidad, el rescate de principios y patriotismo, el valor que la democracia, la separación de poderes, las alternancias en el poder, el Derecho como ciencia y las libertades. Y serán valorados más que nunca, porque se sabe cuánto costará perderlos.
Lo advertimos cuando podemos hacerlo sin que nos afrenten por decir la verdad o perdamos la libertad que tenemos, aún, de poder decir lo que pensamos.